Decepcionante, querido nieto. Fue
decepcionante. Sí, al llegar a aquel
planeta, que visto desde fuera y desde lejos nos
pareció tan atractivo, lo primero que advertimos fue que la especie,
supuestamente más evolucionada allí, poseía un enorme estómago y un cerebro pequeñísimo, aunque no eran
conscientes de ello.
Dada
estas características de su naturaleza el peso de la materia en sus organismos era enorme, así como la presencia del espíritu era mínima.
Lo instintivo dominaba, en un noventa y nueve
por ciento, la mayoría de los actos y acciones de aquella especie por sobre la
racionalidad y la espiritualidad.
Usaban,
no obstante, el vocablo amor, pero carecían por completo del conocimiento y la experiencia del amor.
Nosotros, al
posar sobre la superficie de aquel planeta, querido nieto, tomamos
la forma física de aquella especie por
unas horas, no muchas, pues tal como la íbamos conociendo nos íbamos
horrorizando, por lo que, casi de inmediato, decidimos abandonarlo, dado que
nos sentimos como sumergidos en una infesta cloaca, y retornar a este nuestro
bello y armonioso planeta donde la espiritualidad, el amor y la poesía florecen
por todas partes.
-Abuelo –le preguntó el nieto- ¿Dónde se
encuentra ese planeta y cómo se llama?
El abuelo, tras dibujar en una pizarra el
lugar del espacio donde se encontraba aquel planeta, le respondió:
-Querido nieto, sus involucionados habitantes
lo llaman Tierra.
JUAN CERVERA SANCHIS JIMENEZ Y RUEDA
TieRRa HúMEda Poesía para que florezca el alma