La mañana es soleada y cálida. Estamos en el sur de la ciudad de México, la puerta de la casa de Manuel Maples Arce, el padre del estridentismo, se nos abre de par en par.
No percibimos la más mínima estridencia, por el contrario respiramos una serenidad poética en medio de un silencio acogedor.
Las paredes de la casa de Maples Arce nos dan la sensación de ser ventanas abiertas a los más variados mundos. Paisajes, retratos, lejanías, luz y color. Estamos en un amplio y bello patio. Vemos bajar al poeta lentamente la escalera. Una joven menudita nos ha llevado poco antes a la grata estancia. Manuel Maples Arce transpira cordialidad. En su pelo blanco entrevemos un cúmulo recuerdos. Tras saludarlo nos invita a trasladarnos a otra estancia donde tomamos asiento e iniciamos nuestra conversación.
El poeta está impecablemente vestido. Sus ojos grandes y redondos nos miran con esa inocencia que únicamente alienta en los corazones nobles. La bondad de Maples Arce se percibe de inmediato. Nosotros recordamos aquellas palabras suyas que dicen:
“Yo nací en Papantla, tierra de la vainilla, cerca de
las pirámides totonacas cubiertas de silencio”.
De su nacimiento al día de hoy muy pronto se cumplirán los 80 años de vida, Maples Arce nació, pues, el primero de mayo de 1900.
-¿Un café?, nos pregunta.
-Claro que sí. El poeta se levanta de su asiento y hace sonar una campanita. Aparece una muchachita delgada y morena a la que ordena que nos traiga una taza de café, por cierto turco, humeante y olorosísimo, que de inmediato saboreamos con deleitación. El poeta mientras tanto nos dice:
-Desde niño yo tenía cierta afición por la literatura, pero no precisaba bien el sentido de la poesía. Me dominaba la emoción, pero no conseguía transcribirla por medio de la palabra. Seguramente debo haber sufrido un periodo bastante largo de inadaptación, pero es curioso que cuando entré en la pubertad mi visión poética se hizo más intensa y poco a poco centré la poesía en torno a la mujer y el amor.
-¿Cómo fue esa experiencia?
-No creo que sea una experiencia excepcional, más bien es un fenómeno psicológico que han experimentado otros poetas. Creo que Bécquer decía: “Poesía eres tú”. Hay también un pasaje del artista adolescente de Joyce, que es obra autobiográfica en la cual explica esas inquietudes y tormentos por las que el adolescente pasa, para llegar a la objetividad del lenguaje de algo muy subjetivo, inquietador. Yo pasé por esa experiencia y sentí que la poesía era ante todo una experiencia personal y no una imitación de los modelos escritos. Evidentemente que por medio de la lectura, en especial de los autores que más nos gustan, logramos movernos con más soltura en el lenguaje literario.
Tomamos otro sorbo de café. El sol entra filtrado y dulce en la estancia en la estancia. Maples Arce nos dice:
-Durante los primeros años de mi juventud escribí como un corifeo del modernismo, lejos de las formas del romanticismo o neoclasicismo español y latinoamericano. Los poemas de Rubén Darío, Herrera y Reissig, Leopoldo Lugones, y otros de menor renombre, pero de sensibilidad afín, me proporcionaban una lectura complaciente, como un regalo, a veces en sus propias obras o en florilegios o compilaciones, me iba formando cada vez más un juicio más estricto de la poesía y en general de la literatura latinoamericana posterior al 98 español que consideraba más originales y modernos, es decir, tenía cierto desdén por la poesía española anterior al 98, pero me gustaba Juan Ramón Jiménez y los hermanos Antonio y Manuel Machado, sobre todo Manuel,en aquella época, por sus ritmos verlenianos, aunque después cambié de parecer y preferí a Antonio por la hondura y densidad de su poesía, por su concepto de humanidad y de tiempo.
Antes de que yo leyera a Baudelaire tuve la intuición de la calidad del poema unida a su brevedad. Recordará usted la teoría de Baudelaire y los aciertos de su certera intuición. En mi caso particular me cautivó la idea, acaso como reacción contra las larguísimas tiradas del hueco y vacío romanticismo de la época, pero no olvido la fina calidad de Gustavo Adolfo Bécquer y la doliente sensibilidad de Rosalía de Castro.
Volvemos al café, Manuel, con mejor sistema nervioso que yo, aún tiene su taza a medio llenar. En la mía apenas resta el posillo.
-¿Otra taza de café?, me pregunta Maples Arce mientras mira mi taza vacía.
Naturalmente, le digo, aunque no sea, para nada natural, consumir tanto café. El poeta vuelve a levantarse haciendo sonar la campana. Como salida de las mágicas paredes, la silenciosa jovencita llena de nueva cuenta nuestra taza. Le recuerdo a Maples Arce una canción suya reciente y él nos comenta:
-Yo no sé cantar, pero mi mujer sí, y ella la canta muy bonito.
Le pido que me recite la letra. Amablemente así lo hace:
“Por el camino de Xalapa,
de Xalapa a Coatepec,
una tarde por el bosque
a tres niñas me encontré.
Una se llamaba Carmen,
la otra de gracia, Inés.
¡Ay, qué diablo de muchacho,
de la última me olvidé!
Flota en la atmósfera el sabor y el temblor de este verso popular de Manuel Maples Arce, que nos platica de sus días jóvenes en Xalapa, del bosque desaparecido... La añoranza es una ráfaga de luz cruzando la habitación. Los grandes ojos del poeta brillan. Le preguntamos, de pronto:
-¿Qué ha sido la poesía para Manuel Maples Arce?
-Mi concepto inicial de la poesía radica fundamentalmente en la metáfora. Tan riguroso era este concepto que excluía todo que no estuviera contenido en la misma imagen, por eso mi poesía juvenil giraba en torno de una transcripción de términos que no se pudieran objetivar, entre más distantes más difíciles fueran los términos de comparación, la poesía me parecía más intensa, pero a medida que pasó el tiempo y que mi visión de la vida, y los problemas que me afligían se hicieron se hicieron más vivos, comprendí que la poesía no radica exclusivamente en la imagen, sino en la intencionalidad que el poeta le imprime. No evolucioné bruscamente, sufrí una crisis de silencio y comencé a escribir de una manera distinta. En 1930 en París escribí algunos poemas muy breves de forma cuidada, que deberían llevarme más tarde a exploraciones de mi inquietud y vida interior nueva.
-¿Recuerda algunos de aquellos poemas?
-Sí, este: “Sólo tú de rumores advertida/ en la luz desnuda de problemas/ la autoridad del ruiseñor desvanecida/ ¡Puerto libre la estrofa de pañuelos¡ Mas el pétalo fijo delata/ si fingido, girando hacia la ausencia/ en espiral recuerdo de su imagen/ fulgor de la definición que expira/ y eres al fin espectro de la rosa/ Mi texto de belleza en las rodillas/ delirante confín de nuestro éxtasis”.
Aquí Maples Arce hace una pausa y yo paladeo un sorbo de café. Luego continúa:
-Durante mi estancia en Europa, donde viví nueve años consecutivos, escribí poemas más largos que constituyen la primera parte de mi libro Memorial de Sangre, 1947. De estos poemas publiqué algunos en México y otros traducidos al francés en Bélgica y Francia. Entre los poemas publicados figuran dos inspirados en el vocablo sangre, sigue válido, me refiero a “inspirado”, por la guerra de España y su dramatismo. En estos poemas de Memorial de Sangre, María González de Mendoza veía el complemento de una vida, que comienza en el nacimiento y termina en la muerte.
¡La muerte!, exclamamos, y le preguntamos de inmediato:
-¿Qué piensa Maples Arce de la muerte?
-Durante algún tiempo me preocupé por el problema de la muerte. Me llenaba de inquietudes. Sobre todo en los trances dolorosos. Tuve mi primera experiencia de la muerte siendo niño. Seguramente que no tenía más de ocho años. Es decir, en 1908. Un hermano menor, que sólo tenía cuatro años, se enfermó repentinamente de un mal, que no se sabía exactamente que era. Las visitas del facultativo y luego la de otro médico al que se recurrió en consulta se hacían más frecuentes, causaron en la familia la consiguiente inquietud, hasta el desenlace trágico. Quisieron alejarme de la casa con unos vecinos, pero yo regresé y mi angustia era tal que me vino una desesperación profunda de la que temí no volver a salir nunca. Sin embargo, cuando vi a mi hermano tendido en su ataúd mi llanto se hizo más sosegado y el tiempo, más tarde, se encargó de serenarme. Aunque nunca he podido olvidar la figura de aquel niño que fue compañero
de mis juegos infantiles.
Con el transcurso de los años la muerte me tocó de lejos en parientes o amigos no tan íntimamente vinculados, pero en 1926, cuando vivía yo en Xalapa y disfrutaba de un espíritu alegre, feliz, tuve la pena de perder bruscamente a mi padre. Fue la misma madrugada en la que llegaba a Xalapa con la familia para radicar a mi lado. Esta circunstancia me causó una violenta sacudida interior que casi me aniquila y, por algún tiempo, tuve que realizar inauditos esfuerzos para salvarme de mi angustia. Entonces la poesía y la lectura me sirvieron de gran consuelo, la misma soledad, mis solitarios paseos por el parque de los Berros
y las lomas del estadio y mis recorridos a pie, por el entonces hermoso bosque de Pancho, me ayudaron a recuperarme. A medida que el tiempo ha ido pasando siento cierto endurecimiento contra la muerte. Antes pensaba también sobre mi propia muerte y calculaba por ideas o prejuicios sobre la herencia, que podría vivir tantos años, más o menos, pero como mis experiencias y vaticinios no se cumplían, dejé de interesarme en estas cosas y volví a lo que siempre ha sido mi vida: la poesía.
-¿Cómo nació y por qué el estridetismo y que ha significado, según Maples Arce, para la poesía mexicana?
Manuel está aún conmovido por lo antes recordado en torno a sus muertos entrañables y a la muerte misma.
Aparece, por fortuna, su esposa. Su presencia lo anima. Mira su reloj de pulsera y pide un aperitivo. Nos sirven un par de vermuts acompañados de un platillo de jamón.
-¿Dónde íbamos?, nos dice. Nosotros simplemente le repetimos la pregunta. Las horas se nos han ido sin darnos cuenta. Maples Arce nos dice:
-Como le había referido al iniciar nuestra plática yo era un muchacho modernista cuando llegué a Veracruz.
Salvador Rueda, por algún tiempo injustamente olvidado, pero que José Luis Cano, en su antología de poetas
andaluces contemporáneos, reivindica con buen criterio, yo tuve el gusto de recibirlo, pronunciar una salutación en su honor y pasearlo por la ciudad, de la misma manera entré en relación con otro poeta andaluz, Francisco Villaespesa e instalamos una peña con otros jóvenes de Veracruz en el portal del café Diligencias. Todavía, cuando en 1920 vine a México, prevalecían en mi los gustos modernistas. De este tipo de poesía se publicaron algunas cosas en “Revista de Revistas”, que dirigía a la sazón mi paisano José de F. Núñez y Domínguez.
Creí que por la imagen principalmente podría conseguir efectos de emoción superiores a los que habían logrado los poetas del modernismo. Esta verificación y comprobación de estética me produjo algo así como una crisis y sentí la necesidad de escribir de otra de otra manera, aunque sin saber exactamente cómo. Una constante especulación de obras y una que otra realización de metáforas me ponían en camino de algo nuevo, cuando escribí uno de esos nuevos poemas. Quise publicarlo en “Revista de Revistas”, que era la publicación que acogía entonces la poesía, pero mis amigos ahí estaban muy aferrados a sus viejos conceptos y me cerraron las puertas con toda diligencia, pero yo seguro de mi poema se lo despaché a Enrique Gómez Carrillo a Madrid, donde dirigía la revista “Cosmópolis” y ahí lo publicó con gran satisfacción mía, pues me convertía, en mi creer y sentir de entonces, en poeta internacional.
Estas preocupaciones y la misma publicación de poemas no implicaba un “movimiento” literario como los que comenzaban a surgir en España y se habían ya manifestado en Suiza, Francia, Bélgica, Alemania y Rusia, pero rechazo que había sufrido en “Revista de Revistas” me hizo pensar en la necesidad de la estrategia literaria, la publicidad, la divulgación, la conquista de adeptos, de amigos que se solidarizasen con las nuevas ideas. Ya por aquel tiempo estaba yo en relación con algunas revistas y publicaciones españolas y francesas, principalmente, y conocidas por haber visto sus obras en revistas y monografías, pinturas y esculturas de artistas de vanguardia. Estaba yo completamente solo por aquellos días y se me ocurrió publicar un llamamiento a los escritores, poetas, pintores y escultores de la nueva generación, de ahí surgió la idea de un manifiesto que, a ultima hora y al hacer el encabezado del mismo en la imprenta llamé estridentista. Luego como subtítulos venían frases de escritores extranjeros y lemas de mi cosecha. La parte medular del manifiesto exponía ideas que se me habían ocurrido al iniciar un nuevo género literario y paralelamente escultórico y pictórico. El aporte principal era el de la nueva imagen, pero en vez de que el poema se convirtiera en una simple sucesión de imágenes sin nexo alguno entre ellas, como en el creacionismo, se buscaba alguna relación que diera unidad al poema.
Nuestra conversación con Manuel Maples Arce continuaría substantivamente y ya para terminar sentenció:
-Yo creo en la poesía porque creo en el hombre, pero en el hombre total, inmerso en la totalidad del mundo”.
Y así salimos de la casa del padre del estridentismo, aquella mañana soleada y cálida, más enamorados
que nunca de la poesía y, por supuesto, amando a este poeta universal, tan de Papantla, luminosamente
veracruzano y rebosante de humanidad.
Maples Arce moriría el año de 1981 en la ciudad de México. Apenas un año después de que mantuviera con nosotros esta conversación.
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