Por Juan Cervera Sanchís
Nacida el 21 de julio de 1917 en Pachuca. Muerta el 27 de marzo de 1998 en la ciudad de México. Margarita Michelena. Poeta y periodista. Su legado, empero, fue la poesía. Nada mejor  hizo en su paso por este mundo. Dentro de su poesía, la presencia de la  muerte  fue una  constante  anticipada.
En “La  casa sin sueño”, de su libro “La  tristeza terrestre”, 1954, dejó dicho: “Miro pasar la sombra. Ya estoy muerta./He  muerto viva. Mi cadáver yace/ entre espejos de llanto y de ceniza.” Sus cenizas dispersas ya en el mar son parte del ustorio  cósmico.
Margarita  Michelena  vivió  esperando su muerte. ¿No es esto, queramos o no, lo que todos estamos esperando inevitablemente? En los poemas de “Paraíso y nostalgia”, que datan de 1945,  ya escribía: “Yo  vivo en este día que no cierra los ojos,/ esperando  la  muerte de esta amarga  dulzura,/ la caída de mi alegría  bárbara.”
Vivió, dicho con sus propias palabras, Margarita Michelena, así: “Yo,  extranjera en mi carne/ y en mis propios sentidos,/ la  visible y ausencia.” Mujer de extraordinaria  inteligencia, poeta de lúcidas visiones y guerra interna con su propia  vida, que siempre fue más de una  vida. Escuchemos su canto: “Yo puedo ser dos  vidas./ A las dos puedo amarlas./ A veces las sorprendo, con su canción,/ A una, jugando con mis  cabellos./ Y a la otra matándome/ con Su fuego de estrella/ elegida para morir ardiendo.”
Mujer de fuegos subterráneos y, como dijera  José Gorostiza -“oh, inteligencia, soledad en llamas!”- en combate perpetuo y sin tregua con la inevitable  soledad  humana, por  más que nos  vistamos de toda clase de compañías. Margarita  Michelena  murió, como todos, mucho antes de morir propiamente.
Continuemos  prestando  oídos a su canto, que fue la  más sincera manifestación de su esencia:  “Ajena ya a la  vida siempre  en joven  presente,/ abstraída a la gracia/ de esperar el divino renacer de la muerte,/ yo, cancelada y sola sin huella de esperanza.”
La  voz de Margarita Michelena jamás se alza para complacencia de las  galerías. Su pureza poética es absoluta. Su canto un clamor integral de  contenidos  silencios y de una profundidad estremecedora. Canta siempre en duelo  de vida y júbilo de muerte redentora. Confiesa:  “Yo  no he llegado  nunca  al final de la  noche./ Y el mar existe./ Y yo deseo  correr/ hacia mi entrega y a mi muerte.”
¿No es la  vida, vayamos despacio o con prisa, una carrera hacia la muerte? Si lo es. La  vida, finalmente, no nos aclara la última cuestión. En tanto vivimos  no es posible rasgar el
velo del misterio. Hay que  morir para ver, aunque sea ello un ver sin ver donde la luz lo ciegue todo. Hay que  morir para escuchar y descifrar la palabra final o el expresivo y absoluto silencio.
Margarita  Michelena, gran poeta, sin embargo, llega a decir: “Sólo he sido un impulso por huir de la muerte”, pero, ¿se puede  huir de la muerte? Nadie  puede huir de la muerte, no ya de la propia, sino tampoco de la ajena. Vivimos con la muerte  al hombro y frente a los ojos. La  vida, en realidad, no  es  más que el esqueleto de la muerte. Inútil querer engañarnos. Y Margarita Michelena lo sabía muy bien, digamos que perfectamente. Es por eso que en “Gris” escribe: “Hay una espesa  muerte/ que divide las cosas.”
Es cierto, muy cierto, pero la  muerte para Margarita, en “Laurel del Ángel”, 1948, es también “amorosa”. Recordemos: “Sí  la amorosa./ La más plena  hermosura./ La llama de
tiniebla/  y de frescura”. Muerte deseada y soñada: “Y yo era sólo  un sueño y el deseo/ de morir.”
Vivir es en parte un secreto deseo de morir. En la poesía de Margarita Michelena nos  vamos encontrando con harta frecuencia con la muerte: “Algo ya de mi muerte está aquí ahora”. Y continúa: “Ya no me pertenece/ la  voz que está  cantando a mis espaldas/ y mi puro planeta está llegando/  a ponerse debajo de mi planta/ porque ande mi memoria entre  nieve.”
Memorias y olvidos. Vida y  muerte. Canto. Únicamente el canto permanece. Margarita Michelena permanece en su canto, en su poesía, donde  la  muerte, a toda  vida, nos habla  de esta  manera: “Deja que en este punto mi ceniza/ se caiga desde mí, que me desnude/ y me deje a tu orilla, consumada./ Que con brazos  de amor –no los tuve-/ llegue por fin a la sortija de oro/ con que el misterio ciñe tus murallas.”
Margarita  Michelena, periodista  temida, fue por  sobretodo poeta, una gran poeta, aún todavía no del todo descifrada y menos admirada y querida, la  verdad  suele ser  antipática.
Voz la suya que nos seguirá  hablando en sus poemas radiantes de  vida y  muerte hasta el fondo del ser:  “Vivo a veces  mi muerte. Me recuerdo./ Adivino mi rostro y sé mi nombre./ Y la puerta se abre. Y yo penetro/ en mi primera identidad y salgo/ de la casa fugaz de mi esqueleto.”
Libre  ya de su esqueleto, Margarita  Michelena, a toda  muerte, es  decir en plenitud de vida, por aquel “país más allá de la  niebla”, entrevisto por ella y, hoy, ya, por ella habitado, en fulgor y clamor de poesía ajena a la  cárcel de las palabras, las rimas, los preocupados acentos y otras rejas, vive su  muerte en reunión y celebración de  vida con lo seres que amó y se le adelantaron en el camino, como fueron Efrén Hernández,  María del Refugio, Eunice Odio... La muerte, en  suma, es el verdadero y real  encuentro con nosotros  mismos  y con nuestra  sagrada tribu espiritual.

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