sábado, 15 de enero de 2011

Poeta, muchacho mexicano. Tierra Húmeda


Mi pájaro no es azul y mi mujer tiene heridas
en los ojos. No tengo canción desesperada.
Ni soy un maldito, ni vanguardista, ¿quién soy? No lo sé,
apenas puedo decir: un hombre que camina.

Busqué hacer piruetas con la lengua, 
era inútil crear la metáfora ambigua y colorida:
vacía estaba la palabra, intransferible. He llorado, he intentado
versar a un ritmo clásico, siempre se me rompe.
Creo que mi voz no es mía, es del mar, viejo y agitado.
A veces, lo he logrado, un par de versos, que leo
y releo a la única lectora, que puede comprobar un poeta.

Jamás me he puesto el gafete de capitán, ni andaré
en la moto del héroe. En el futbol he sido portero en equipos malos
y he recibidos algunos golpes y amigos. He trabajado
en algún puesto de hamburguesas, repartido el agua a las vecinas,
y ni la universidad, ni los talleres sirven al poeta,
la lectura y en solitario he encontrado los versos,
las lágrimas, el camino del Haijin, el poeta, el romero.
He conocido buenos amigos, como en los días de infancia y escuela. Nada más.

Recuerdo, de la infancia, los parques, las palomas,
de un pueblo llamado de la Flores. Los juegos de video,
las caricaturas y a mis perros. Mi madre, ay, mi madre
siempre cocinando, de aquí para allá. Los hermanos
de juego y sangre. Mi padre que llegaba, a lo lejos
la camioneta de viaje, el claxon, luego el chiflido;
venía de algún tianguis lejano, con olor caldoso, de pueblo.

Conocí la literatura ya tarde, cuando se rompió el niño.
Mis antecesores son recios, ignorantes y, a ratos, alegres.
Albañiles o comerciantes. Amas de casa o comerciantes.
La poesía la han encontrado con Dios en los días tristes,
y los domingos van las comadres a la iglesia y al café.
La literatura es para ellos adorno de sala, buen porte.

He visto algunas cosas, no he estado en ninguna guerra,
ni en hambre de semanas, tal vez de días, nada más.
Pero a veces la situación ha estado en guerra,
el cuidado al abuelo enfermo, triste y consumido,
bromista… la abuela llorando y el bebe con hambre,
¡qué no quiere teta! Es la muerte madre, la muerte.

Algunas procesiones con mariachis y smokings,
en funerarias de café y cigarrillos;
o silenciosas y pesadas cargas de madera y polvo, 
perseguidas por una tierrosa tambora,
con el sol a cuestas, lentas, como no queriendo llegar a su sitio.
Flores sin nombre, que hieren el asfalto, de algún sucio rincón,
como una luz que irrumpe y molesta a los dormidos.

Pero, entonces ¿Qué tipo de poeta es éste de hogar,
no maldito, ni vanguardista, sin estirpe ilustrada,
de pueblo y ciudad y de pájaros rojos y grises?
¿De dónde salió éste, que camina como le da la gana?
¿Qué no canta metáfora engolada o colorida
y cree en la soledad como encuentro y ritmo?
¿Quién sabe algo? ¿Nadie, nada? ¡Es un Don Nadie!,
-grita alguno con razón- que aún riega las flores
y no tiene automóvil y el mismo pantalón de la semana.
¡Es un Don Nadie!, poeta, que camina, sueña e intenta, todavía,
contra todos los vientos celestiales y la mareas tan humanas,
todavía, intenta, tan firme, amar y crear puentes de arcoíris.

Abraham Peralta Vélez. 13 de enero de 2011

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