viernes, 7 de mayo de 2010

Alianzas de guerra.Título por Angelica Crecencio. Autores:Enrique Gallegos, Dan Arteaga, Rodolfo Manzano y Abraham Peralta y Vélez.

(No es un poema, tal vez un cuento, creo que son expresiones).

Prendidos de ese afan que nos llevó al abismo, era ridículo intentar algo así, veinte tipos y se sumaron tres más, estábamos armados hasta la conciencia y no sentíamos miedo, íbamos por el municipio y sabíamos que otros diez se levantarían ahí donde comenzaba nuestra revolución. No había más guía que la intuición, un palpitar de años, de ilusiones, de visiones de lo que alguna vez desearíamos para el tiempo. Veinte tres más; con el tiempo haríamos diferencia, distancia. Quisimos sembrar ilusiones, y de pronto nos asaltó, nos robó la ilusión las tropas que venían de frente y que nos bombardearon con corbatas y opresivas horas de oficina, para destruir nuestro sembradío de ilusiones.

Era una hermosa valentía sentir el cambio de los edificios en tierra fertil, donde la esperanza nacía en borbotones de guerra y el fracaso era un cigarrillo aplastado por las botas en contra. ¿Qué fue de nuestra valentía? Un árbol roto por la opresión. Estabamos destrozados y aun así nos enfretamos a la muerte que ya recorría nuestras almas, nuestras almas, nuestras armas, que parecían de papel ante tanta opresión que seguía llevándonos a la muerte.

En vientos nos lanzamos al mundo, hasta los huesos, huesos de mil décimas de miles de décimas sumergidos en profundos mundos de desasosiego involucrados en este abismo;¡liberame, dame la libertad! El grito, no de guerra, de amor, por los que están y no estuvieron, por los que no serán.

Y estando ahí con la sangre y el plomo, con lo que hubiera sido y dejó de ser, con balas y metrallas de ¡dame más!, con caídos que hicieron lo que en tiempo será. Acribillados, aplastados, vimos las torres... torres de tiempo, de años, de historia mentirosa. Fuimos apóstatas de lo escrito, reventaríamos lo que escuchamos a sangre y a cruz. De pronto los destellos, los rayos fulminando la vida latente, balas pegando en pechos pequeños, tiernos...

La balas que habían tocado segundos antes nuestros cuerpos, y digo nuestros cuerpos porque los de ellos fueron míos cuando comenzamos este idilio de guerra, ya no importaban los discursos, sólo fue la razón y el instinto, el mismo que nos envolvió en las balas que golpeaban esos cuerpos que eran nuestros. Ya la revolución estaba echa y no sabíamos cual era su fin; pero el fin era la esperanza trascendida. Las nuevas simbiosis, nuevos amores de guerra, a pesar de la derrota continua el corazón latiendo.

Continuidad, lo sabíamos, continuidad de guerra, por eso seguimos luchando para heredad la sangre en vilo, en símbolo guerrillero. Las derrotas no son en vano, trascienden en sangre. La intuición se realizó en rebeldía y mi corazón bríoso se lo dí a los bebes de la patria.

Perros

Ni en Nueva York ni en Washington,
ni en Londres ni en Berlin,
ni en Roma ni en Paris
hay perros callejeros,
pero en México sí.
En México sí hay perros callejeros,
inteligentes perros
que cruzan los semáforos en verde
moviendo a golpes vivos
de elegancia sus rabos
y empinando sus graciosas orejas.
Si hay perros callejeros
en la ciudad de México.
Fantásticos mestizos
y a la vez burlones aristócratas,
y amantes todos ellos
de la siempre difícil, costosa libertad;
que es la libertad su bandera y su guía.
En México sí hay perros callejeros.
Todavía hay perros callejeros
en la ciudad de México,
aunque no falten bípedos esclavos
que los quisieran muertos
o esclavos como ellos.
Ni en Nueva York ni en Washington,
ni en Londres ni en Berlín,
ni en Roma ni en Paris
hay perros callejeros,
pero en México sí,
en México sí hay perros callejeros
y yo soy uno de ellos
sencilla y bellamente porque sí,
porque prefiero ser un perro callejero
a ser un títere y un paria del dinero
como Harapos Vankero y el zar Karko Zilzin.

JUAN CERVERA SANCHIS