La alondra ciega
creía viendo hacia dentro
que era una estrella.
El colibrí
volaba y revolaba
por el jardín.
El surtidor
jugaba con el agua
envuelto en sol.
Las niñas flores
bordaban en las nubes
vivos colores.
El limonero
encendido de frutos
era un portento.
Entre las rosas
despertaban la envidia
las mariposas.
El hechizante
aroma de los nardos
poblaba el aire.
Un ruiseñor
extasiado soñaba
sueños de amor.
La noche en pleno
rendía culto al jardín
y al jardinero.
La tierra viva
del jardín era un canto
de raíces místicas.
JUAN CERVERA SANCHIS
México D. F., 5 Junio 2011