sábado, 7 de mayo de 2011

OTTO-RAÚL GONZÁLEZ, MANANTIAL QUE NO CESA


Por Juan Cervera Sanchís
Otto-Raúl González, hombre y poeta de dos siglos, su cosecha poética se inicia en el siglo XX, con Voz y voto del geranio (1943), no ha cesado de sorprendernos y seducirnos, libro tras libro, por la calidad, la originalidad y la belleza incuestionable de su poesía.
 Nada más iniciarse el siglo XXI, Otto-Raúl nos deleita y emociona con La vuelta al mundo en 80 poemas (2006) Instituto Mexiquense de Cultura.
La luz y la sal de su inspiración, donde en todo momento está presente el más profundo y substancial humanismo, es un envidiable manantial que no cesa.
En este su más reciente poemario se respira, al igual que en sus anteriores entregas, ese aire de juventud y asombro que caracteriza su poesía desde Voz y voto del geranio.
Esto no deja de ser maravilloso si entramos en los cálculos cronológicos y retrocedemos en el tiempo hasta el 1º de enero de 1921 y asistimos a su nacimiento en la ciudad de Guatemala.
Sinceramente nos cuesta creer que Otto-Raúl ya cumplió los 86 años de vida en este planeta [este ensayo fue escrito en ese entonces] y, no obstante, sigue viviendo y escribiendo con un ímpetu juvenil que muchos jóvenes, y no tan jóvenes, hoy por hoy, quisieran para sí. En verdad es admirable su capacidad creadora.
Si a sus 23 años de edad nos enamoraba cantando a todo color a los geranios de su natal Guatemala, precioso libro que nunca nos cansaremos de releer, y que descubrimos, antes de conocer físicamente a Otto-Raúl, si la memoria no nos falla, en una edición especial del suplemento cultural “El Gallo Ilustrado” del diario “El Día”, ahora, a sus radiantes 86 años, una vez más, Otto-Raúl, desde la juventud indeleble de su estro inagotable, retorna a ejercer sobre nosotros, con la magia y el poderío de su verbo singular, su peculiar seducción, en un libro radiante de vivas experiencias y rebosante de poesía, como es La vuelta al mundo en 80 poemas, que nos remite a aquella vuelta al mundo en 80 días del genial Julio Verne, quien también nos llevara de la Tierra a la Luna con la fuerza de su impetuosa y profética imaginación.
Otto-Raúl, con la fuerza y el ímpetu de su inspiración, partiendo de Tenochtitlan, y a través de “un ópalo de volcán dormido” y “con ramos de amapolas, de dalias y gladiolas” mexicanísima, da una poética y entrañable vuelta al mundo, yendo de Jerez, de Zacatecas, a San Cristóbal de las Casas, en Chiapas, y así a la Antigua Guatemala, a Xelajú y Belice, a Santa Tecla, allá en El Salvador, para pasar por Panamá, Ecuador, respirar el aire de Quito, sumergirse en Cuba, que “es como decir tambores/ que habrán de redoblar mañana”; detenerse en Jamaica, contemplar el mar y escuchar “la música africana/ cargada de tristeza y de viejas nostalgias” y, luego, en Kingston, sentir la amargura de los “jóvenes negros y mulatos y la anciana miseria”.
Dar la vuelta al mundo en 80 poemas es también saber del dolor y, asimismo, al conocer Las Vegas, descubrir que ahí “vale más un caballo/ que un crepúsculo/ y un fajo de billetes/ más que una sonrisa”.
El poeta pues viaja y va registrando, poema tras poema, la realidad del mundo, de nuestro mundo contradictorio y cruel y, al mismo tiempo, hermoso y apacible, como percibe en la verde Irlanda, aunque, en Lídice, recuerda las ruinas de Itálica, cantadas por Rodrigo Caro: “Campos de soledad, mustio collado”, ya que Otto-Raúl estuvo ahí “después que el nazi/ arrasó los hogares de la aldea”.
Por fortuna, tras lo infernal de Lídice, el poeta nos permite navegar por las aguas del Don y del Volga, sus exclusas y sus diques, y ver y escuchar a los pájaros, que nos regalan “una cascada de trinos” a la vez que somos acariciados por la brisa y el lenguaje y el aroma de las flores.
El viaje prosigue y nos conduce hasta Moscú, “capital de la paz, ciudad del hombre” y después nos traslada hasta Siberia, donde Otto-Raúl, nos descubre sus innumerables ríos y destruye aquella idea preconcebida de que “aquello era solo cementerio de palas/ laberinto de hielo o tinieblas de vidrio”.
De Siberia viaja a Pekín, cuyo rostro “es nuevo y milenario”. Ahí nos lleva de la mano por su viejo mercado, ”que hervía de colores y de idiomas/ de letras íes y anagramas”.
Continuamos la circunnavegación poética bajo la guía del experto timonel, que es Otto-Raúl González, por Vietnam, entre negras memorias; visitamos Shangai y sus bulliciosas calles en la noche y nos extasiamos con al atardecer en el río Hoang Ho, que huele a mandarinas.
Poesía y más poesía en esta vuelta al mundo en 80 poemas de Otto-Raúl González por ciudades, aldeas, ríos y mares, donde el poeta recuerda bajo “la noche intensa de África”, y su herida abierta, a Lumumba, el más vivo de su muertos, y, en Europa, en Suecia, concretamente, Otto-Raúl no olvida a Anna Lindh, que “era una estrella de primera magnitud en el nórdico cielo”.
Poesía vivida e intensamente sentida la de Otto-Raúl González, que en esta vuelta al mundo en 80 poemas no deja de cantar a París, a Florencia, a Brujas y a regiones tan particulares como Andalucía, en España, con Juan Ramón Jiménez, el gran Antonio Machado y Federico García Lorca, al fondo.
Un libro éste pues para la relectura o, si usted quiere, para el reiterado paladeo, como los buenos vinos, de este poeta creador de colores nuevos y que tras la publicación de este libro comenzó un nuevo peregrinar por las galaxias de la vida en constante renacer, pues si existe alguna realidad, en la Creación, es la inexistencia de eso que en nuestra ceguera llamamos muerte.

VUELTA Y VUELTA

--> De repente, sin aviso,
ha cambiado por completo
lo que va siendo el camino.

La vida ha sido, lo muerto
por venir y transcurrido,
mientras camino va siendo,
sin entender por qué ha sido

un extraño sentimiento
de andar como vacío,
cuando el aire está repleto
de lluvia, de amor vivido.

En el transcurrido tiempo
lo apreciado se ha perdido,
se ha volcado en sufrimiento,

sin embargo, lo sufrido
ha dado en sabio leño
fuego para nuevo niño.

De repente, sin aviso,
encinta de un nuevo sueño
ha vuelto ha ser femenino
este camino desierto.

Vuelta y vuelta da la vida,
dejándonos desconcierto.
Lo que un día fue alegría,
ahora es triste recuerdo.

¡Vida, vida sorpresiva!
Lo que creíamos muerto
ha dado en gran estima
por el amor descubierto.

Al parecer la neblina
hace el camino ciego,
torpe, errante agonía
y lo creíamos tan bello.

Vuelta y vuelta da la vida,
sin entender su laberinto.
Se abre, se abre la herida
de repente, sin aviso.

Abraham Peralta Vélez, 27 de abril de 2011