Por Juan Cervera Sanchís
Otto-Raúl González, hombre y poeta
de dos siglos, su cosecha poética se inicia en el siglo XX,
con Voz y voto del geranio (1943), no ha cesado de
sorprendernos y seducirnos, libro tras libro, por la calidad,
la originalidad y la belleza incuestionable de su poesía.
Nada más iniciarse el siglo XXI,
Otto-Raúl nos deleita y emociona con La vuelta al mundo en
80 poemas (2006) Instituto Mexiquense de Cultura.
La luz y la sal de su inspiración,
donde en todo momento está presente el más profundo y
substancial humanismo, es un envidiable manantial que no cesa.
En este su más reciente poemario
se respira, al igual que en sus anteriores entregas, ese aire
de juventud y asombro que caracteriza su poesía desde Voz y
voto del geranio.
Esto no deja de ser maravilloso
si entramos en los cálculos cronológicos y retrocedemos en
el tiempo hasta el 1º de enero de 1921 y asistimos a su
nacimiento en la ciudad de Guatemala.
Sinceramente nos cuesta creer que
Otto-Raúl ya cumplió los 86 años de vida en este planeta [este ensayo fue escrito en ese entonces] y,
no obstante, sigue viviendo y escribiendo con un ímpetu juvenil
que muchos jóvenes, y no tan jóvenes, hoy por hoy,
quisieran para sí. En verdad es admirable su capacidad
creadora.
Si a sus 23 años de edad nos
enamoraba cantando a todo color a los geranios de su natal
Guatemala, precioso libro que nunca nos cansaremos de releer,
y que descubrimos, antes de conocer físicamente a Otto-Raúl,
si la memoria no nos falla, en una edición especial del
suplemento cultural “El Gallo Ilustrado” del diario “El
Día”, ahora, a sus radiantes 86 años, una vez más,
Otto-Raúl, desde la juventud indeleble de su estro inagotable,
retorna a ejercer sobre nosotros, con la magia y el poderío de
su verbo singular, su peculiar seducción, en un libro radiante
de vivas experiencias y rebosante de poesía, como es La
vuelta al mundo en 80 poemas, que nos remite a aquella vuelta
al mundo en 80 días del genial Julio Verne, quien también nos
llevara de la Tierra a la Luna con la fuerza de su impetuosa y
profética imaginación.
Otto-Raúl, con la fuerza y el
ímpetu de su inspiración, partiendo de Tenochtitlan, y a través
de “un ópalo de volcán dormido” y “con ramos de amapolas, de
dalias y gladiolas” mexicanísima, da una poética y
entrañable vuelta al mundo, yendo de Jerez, de Zacatecas, a San
Cristóbal de las Casas, en Chiapas, y así a la Antigua
Guatemala, a Xelajú y Belice, a Santa Tecla, allá en El
Salvador, para pasar por Panamá, Ecuador, respirar el aire de
Quito, sumergirse en Cuba, que “es como decir tambores/ que
habrán de redoblar mañana”; detenerse en Jamaica, contemplar
el mar y escuchar “la música africana/ cargada de tristeza y de
viejas nostalgias” y, luego, en Kingston, sentir la amargura
de los “jóvenes negros y mulatos y la anciana miseria”.
Dar la vuelta al mundo en 80
poemas es también saber del dolor y, asimismo, al conocer Las
Vegas, descubrir que ahí “vale más un caballo/ que un
crepúsculo/ y un fajo de billetes/ más que una sonrisa”.
El poeta pues viaja y va
registrando, poema tras poema, la realidad del mundo, de
nuestro mundo contradictorio y cruel y, al mismo tiempo, hermoso y
apacible, como percibe en la verde Irlanda, aunque, en Lídice,
recuerda las ruinas de Itálica, cantadas por Rodrigo Caro:
“Campos de soledad, mustio collado”, ya que Otto-Raúl estuvo
ahí “después que el nazi/ arrasó los hogares de la aldea”.
Por fortuna, tras lo infernal de
Lídice, el poeta nos permite navegar por las aguas del Don y
del Volga, sus exclusas y sus diques, y ver y escuchar a los
pájaros, que nos regalan “una cascada de trinos” a la vez
que somos acariciados por la brisa y el lenguaje y el aroma de
las flores.
El viaje prosigue y nos conduce
hasta Moscú, “capital de la paz, ciudad del hombre” y
después nos traslada hasta Siberia, donde Otto-Raúl, nos
descubre sus innumerables ríos y destruye aquella idea
preconcebida de que “aquello era solo cementerio de palas/
laberinto de hielo o tinieblas de vidrio”.
De Siberia viaja a Pekín, cuyo
rostro “es nuevo y milenario”. Ahí nos lleva de la mano
por su viejo mercado, ”que hervía de colores y de idiomas/ de
letras íes y anagramas”.
Continuamos la circunnavegación
poética bajo la guía del experto timonel, que es Otto-Raúl
González, por Vietnam, entre negras memorias; visitamos
Shangai y sus bulliciosas calles en la noche y nos extasiamos
con al atardecer en el río Hoang Ho, que huele a mandarinas.
Poesía y más poesía en esta
vuelta al mundo en 80 poemas de Otto-Raúl González por
ciudades, aldeas, ríos y mares, donde el poeta recuerda bajo
“la noche intensa de África”, y su herida abierta, a
Lumumba, el más vivo de su muertos, y, en Europa, en Suecia,
concretamente, Otto-Raúl no olvida a Anna Lindh, que “era
una estrella de primera magnitud en el nórdico cielo”.
Poesía vivida e intensamente
sentida la de Otto-Raúl González, que en esta vuelta al mundo
en 80 poemas no deja de cantar a París, a Florencia, a Brujas y
a regiones tan particulares como Andalucía, en España, con
Juan Ramón Jiménez, el gran Antonio Machado y Federico García
Lorca, al fondo.
Un libro éste pues para la
relectura o, si usted quiere, para el reiterado paladeo, como
los buenos vinos, de este poeta creador de colores nuevos y
que tras la publicación de este libro comenzó un nuevo
peregrinar por las galaxias de la vida en constante renacer, pues si existe alguna
realidad, en la Creación, es la inexistencia de eso que en nuestra ceguera llamamos
muerte.