martes, 24 de mayo de 2011

AL SUR

(Crónica de un citadino)

“¡A la chingada con todo!”
Y se fue lleno de hambre
dejando el traje colgado
en el perchero del olvido.

Vivía en un departamento
nuevo del urbano mundo,
amordazado de ajenos
deseos sobre su persona.
Era parte de un teatro
que no quería. Quería
lo que querían que quisiera.

Entonces siempre ocultaba
marihuana en la cartera
para quitarse la corbata,
¡no sé qué ennudada inercia!
-Qué triste sabe el túnel
que te seca la memoria-.

Soñaba. Soñaba. Soñaba.
Ante su fiera realidad.
Y para ello ni siquiera
necesitaba marihuana.

Fue un día igual a siempre
cuando fue que desbordó
su corazón de gaviotas.

Agarró carretera a pie
sin rumbo tan sólo rumbo
al mar del sur azulado
que guardaba en su memoria.

Hace tiempo, el tiempo
de la infancia papalotera,
un día, un sólo día,
le bastó para enamorarse
de un Puerto Escondido
en los mares de Oaxaca.

¿Y el dinero? Dinero todo
para su futuro tiempo
lo sacó en un arrebato
de albatros y veletas
y gaviotas encendidas.

“¡A la chingada con todo!”
Dejó la licenciatura,
la maestría y el doctorado,
en el perchero del olvido,
por la encabalgadura
de un sueño que lo hería
y le volaba los sesos
hasta alocarlo borracho.

Se dio cuenta, agriamente.
Lo que parecía tan suyo
y costó tanto dinero
y arraigado a su costumbre
¡nada!, de nada era dueño.

Toda materia era finita
o propensa al embargo
o la huída, ay, mujer.
Cada encuentro traía
la despedida próxima,
la ilusión evanescente.

Sin dinero que alcance.
Y el negocio no era suyo.

“Cuando muera el alma
volverá a su energía
y mi cuerpo quedará
en raíz del fuego, la tierra.

Ni este cuerpo, ni esta alma,
ni este mundo traicionero,
que vivo tan mío, siento
quedará sin mí, sabe dónde.”

-Nada. Nada. Nada es nuestro-.

Lleno de hambre inacabable
se fue al mar del sur buscando
el sueño que traía atorado,
desde siempre, en la espalda.

¡Cómo en su mirada jaula
revoloteaban zanates
heridos de grandes vuelos!

Se fue al Puerto Escondido
que hería su memoria.
En el camino descubrió
cómo es andar sin equipaje
en los pasos del sueño.

Conoció la siembra herida,
los infiernos pequeños,
el silencio de la neblina
y el agua en los zapatos.

“Se sale de un taladro diario, 
para llegar al machete.
Pero está el mar”. Se dijo.

Y llegó. Pasó pronto el sueño.
Lo que nunca esperó
del mar de su sueño,
fue el hastío de la ciudad.

Llegó ola a ola, monótonamente.

Entonces, encarcelado
en el sueño conseguido,
lúgubre lobo de mar,
se tumbó decididamente
en la hamaca del sueño
engaviotado.
                    Nada más
vivo que una fogata
a la orilla de la arena.

Abraham Peralta Vélez. SOÑANDO. 10 de mayo de 2011