sábado, 12 de febrero de 2011

Jose Luis Borges y Astor Piazzolla. El Tango

Hoy andamos ríoplatenses, tangueros, nostálgicos. José Luis Borges y Astor Piazzolla, dos autores que no necesitan presentación alguna, sino reflexión y deleite.

El tango

¿Dónde estarán? pregunta la elegía
de quienes ya no son, como si hubiera
una región en que el Ayer, pudiera
ser el Hoy, el Aún, y el Todavía.

¿Dónde estarán? (repito) el malevaje
que fundó en polvorientos callejones
de tierra o en perdidas poblaciones
la secta del cuchillo y del coraje?

¿Dónde estarán aquellos que pasaron,
dejando a la epopeya un episodio,
una fábula al tiempo, y que sin odio,
lucro o pasión de amor se acuchillaron?

Los busco en su leyenda, en la postrera
brasa que, a modo de una vaga rosa,
guarda algo de esa chusma valerosa
de Los Corrales y de Balvanera.

¿Qué oscuros callejones o qué yermo
del otro mundo habitará la dura
sombra de aquel que era una sombra oscura,
Muraña, ese cuchillo de Palermo?

¿Y ese Iberra fatal (de quien los santos
se apiaden) que en un puente de la vía,
mató a su hermano, el Ñato, que debía
más muertes que él, y así igualo los tantos?

Una mitología de puñales
lentamente se anula en el olvido;
Una canción de gesta se ha perdido
entre sórdidas noticias policiales.

Hay otra brasa, otra candente rosa
de la ceniza que los guarda enteros;
ahí están los soberbios cuchilleros
y el peso de la daga silenciosa.

Aunque la daga hostil o esa otra daga,
el tiempo, los perdieron en el fango,
hoy, más allá del tiempo y de la aciaga
muerte, esos muertos viven en el tango.

En la música están, en el cordaje
de la terca guitarra trabajosa,
que trama en la milonga venturosa
la fiesta y la inocencia del coraje.

Gira en el hueco la amarilla rueda
de caballos y leones, y oigo el eco
de esos tangos de Arolas y de Greco
que yo he visto bailar en la vereda,

en un instante que hoy emerge aislado,
sin antes ni después, contra el olvido,
y que tiene el sabor de lo perdido,
de lo perdido y lo recuperado.

En los acordes hay antiguas cosas:
el otro patio y la entrevista parra.
(Detrás de las paredes recelosas
el Sur guarda un puñal y una guitarra.)

Esa ráfaga, el tango, esa diablura,
los atareados años desafía;
hecho de polvo y tiempo, el hombre dura
menos que la liviana melodía,

que solo es tiempo. El Tango crea un turbio
pasado irreal que de algún modo es cierto,
el recuerdo imposible de haber muerto
peleando, en una esquina del suburbio.

De: El otro, el mismo

JORGE LUIS BORGES

RECORDANDO A MANUEL MAPLES ARCE


Entrevista a Manuel Maples Arce por Juan Cervera Sanchís
  
La mañana es soleada y cálida. Estamos en el sur de la ciudad de México, la  puerta de la casa de Manuel Maples Arce, el padre del estridentismo, se nos abre de par en par.

No percibimos la  más mínima estridencia, por el contrario respiramos una serenidad poética en medio de un silencio acogedor.

Las paredes de la casa de Maples Arce nos dan la sensación de ser ventanas abiertas a los más variados mundos. Paisajes, retratos, lejanías, luz y color. Estamos en un amplio y  bello patio. Vemos bajar al poeta lentamente la escalera. Una joven menudita nos ha llevado poco antes a la grata estancia. Manuel Maples Arce transpira cordialidad. En su pelo blanco  entrevemos un cúmulo recuerdos. Tras saludarlo nos invita a trasladarnos a otra estancia donde tomamos asiento e iniciamos nuestra conversación. 

El poeta está impecablemente vestido. Sus ojos grandes y redondos nos miran con esa inocencia que únicamente alienta en los corazones nobles. La  bondad de Maples Arce se percibe de inmediato. Nosotros  recordamos aquellas palabras suyas  que dicen:

“Yo  nací en Papantla, tierra de la vainilla, cerca de
las pirámides totonacas cubiertas de silencio”.

De su  nacimiento  al día de  hoy  muy pronto se cumplirán los  80  años de  vida, Maples Arce nació, pues,  el primero de mayo  de 1900.

-¿Un café?, nos pregunta.
-Claro que sí. El poeta  se levanta de su  asiento y hace sonar una campanita. Aparece una muchachita delgada y morena a la que ordena que nos traiga una taza de café, por cierto turco, humeante y olorosísimo, que de inmediato saboreamos con deleitación. El poeta  mientras tanto nos dice:

-Desde  niño yo tenía  cierta afición por  la literatura, pero no precisaba bien el sentido  de la poesía. Me dominaba la emoción, pero no conseguía transcribirla por  medio  de la palabra. Seguramente debo haber sufrido un periodo bastante largo de inadaptación, pero es curioso que cuando  entré en la pubertad mi visión  poética  se  hizo  más intensa y poco a poco centré  la poesía en torno a la mujer y el amor.
-¿Cómo fue esa experiencia?
-No creo  que sea una  experiencia  excepcional, más  bien es un fenómeno psicológico que han experimentado otros poetas. Creo que Bécquer decía: “Poesía  eres  tú”. Hay también un pasaje del artista adolescente de Joyce, que es obra autobiográfica en la cual explica esas inquietudes y tormentos por las que el adolescente pasa, para llegar a la objetividad del lenguaje de algo muy subjetivo, inquietador. Yo  pasé por esa  experiencia y sentí  que la poesía era ante  todo una experiencia personal y no una imitación de los  modelos  escritos. Evidentemente que por  medio de la lectura, en especial de los  autores que  más nos gustan, logramos movernos con más soltura en el lenguaje  literario.

Tomamos otro sorbo de café. El sol entra filtrado y dulce en la estancia en la estancia. Maples Arce nos dice:

-Durante los primeros años de mi juventud escribí como un corifeo del modernismo, lejos de las formas del romanticismo o neoclasicismo español y latinoamericano. Los poemas de Rubén Darío, Herrera y Reissig, Leopoldo Lugones,  y otros de menor renombre, pero  de sensibilidad afín, me proporcionaban una lectura  complaciente, como un regalo, a veces en sus propias obras o en florilegios o compilaciones, me iba formando cada vez más un juicio más estricto de la poesía y en general  de la literatura latinoamericana posterior al  98  español que consideraba más originales y  modernos, es decir, tenía  cierto desdén por la poesía española anterior al  98, pero me  gustaba Juan Ramón Jiménez y los  hermanos  Antonio y Manuel Machado, sobre todo Manuel,en aquella época, por sus ritmos verlenianos, aunque  después cambié de parecer y preferí  a  Antonio por la  hondura y densidad  de su poesía, por su concepto de  humanidad y de tiempo.
Antes de que yo  leyera  a Baudelaire tuve la intuición de la  calidad  del poema unida a su brevedad. Recordará usted  la teoría de Baudelaire y los aciertos de su certera intuición. En mi caso particular me cautivó la idea, acaso como reacción contra las larguísimas tiradas del hueco y vacío romanticismo de la época, pero no olvido la  fina  calidad  de Gustavo Adolfo Bécquer y la doliente sensibilidad de  Rosalía de Castro.

Volvemos al café, Manuel, con mejor sistema nervioso que yo, aún tiene su taza a medio llenar. En la mía apenas resta el posillo.

-¿Otra taza de café?,  me pregunta Maples Arce mientras mira  mi taza  vacía.

Naturalmente,  le  digo, aunque no sea, para nada natural, consumir  tanto café. El poeta  vuelve a levantarse haciendo sonar  la campana. Como salida de las mágicas paredes, la silenciosa  jovencita llena de nueva cuenta  nuestra taza. Le recuerdo a Maples  Arce una canción suya reciente y él nos comenta:

-Yo no sé cantar,  pero mi mujer sí, y ella la canta muy bonito.

Le  pido que  me  recite  la letra. Amablemente  así lo hace:

 “Por el camino de Xalapa,
de Xalapa a Coatepec,
una  tarde por el bosque
a tres  niñas me encontré.

Una se llamaba Carmen,
la  otra  de gracia, Inés.
¡Ay, qué diablo de muchacho,
de la  última  me olvidé!

Flota en la atmósfera el sabor y el temblor  de este verso popular  de Manuel Maples Arce, que  nos platica de sus  días jóvenes  en  Xalapa, del bosque desaparecido... La añoranza es una ráfaga de luz cruzando  la habitación.  Los grandes ojos del poeta brillan. Le preguntamos, de pronto:

-¿Qué ha sido la poesía para  Manuel Maples Arce?
-Mi  concepto inicial de la poesía  radica fundamentalmente en la  metáfora. Tan riguroso era este concepto que excluía todo que no estuviera contenido en la  misma imagen, por eso mi poesía  juvenil giraba en  torno de una transcripción de términos que no se pudieran objetivar, entre  más distantes más difíciles fueran los términos de comparación,  la poesía me parecía  más intensa, pero a medida que pasó el tiempo y que  mi visión de la  vida, y los  problemas que me afligían se hicieron se  hicieron  más vivos, comprendí que la poesía no radica exclusivamente en la imagen, sino en la intencionalidad que el poeta le imprime. No evolucioné bruscamente, sufrí una crisis de silencio y comencé a  escribir de una  manera distinta. En  1930 en París  escribí algunos poemas muy breves  de forma  cuidada, que deberían llevarme  más tarde a exploraciones de mi inquietud y  vida interior  nueva.
 -¿Recuerda  algunos de aquellos poemas?
 -Sí, este: “Sólo  tú de rumores advertida/ en la luz desnuda de  problemas/  la autoridad del ruiseñor desvanecida/ ¡Puerto libre la estrofa de pañuelos¡ Mas el pétalo fijo delata/ si fingido, girando hacia la ausencia/  en espiral recuerdo de su imagen/ fulgor de la definición que expira/ y eres al fin espectro de la rosa/ Mi texto de belleza en las rodillas/ delirante confín de nuestro  éxtasis”.

Aquí Maples Arce  hace una pausa y  yo paladeo un sorbo de café. Luego continúa:

-Durante mi estancia en Europa, donde viví  nueve años consecutivos,  escribí  poemas más largos que constituyen la primera parte  de mi libro Memorial  de Sangre, 1947. De estos poemas publiqué algunos en México y otros traducidos al francés  en Bélgica  y Francia. Entre los poemas publicados  figuran dos inspirados en el vocablo sangre, sigue válido, me refiero a “inspirado”,  por la guerra de España  y su dramatismo. En estos poemas de Memorial de Sangre, María González de Mendoza veía el complemento de una  vida, que comienza  en el nacimiento y termina en la muerte.

¡La muerte!, exclamamos, y le preguntamos de inmediato:

-¿Qué piensa  Maples Arce de la muerte?
-Durante algún tiempo me  preocupé por  el problema de la muerte. Me llenaba de inquietudes. Sobre todo en los trances dolorosos. Tuve  mi  primera experiencia de la muerte siendo niño. Seguramente que no tenía más de ocho años. Es decir,  en 1908. Un hermano menor, que sólo tenía cuatro años, se enfermó  repentinamente de un mal, que no se sabía exactamente que era. Las visitas del facultativo y luego la de otro médico al que se recurrió en consulta se hacían más frecuentes, causaron en la familia  la consiguiente inquietud, hasta el desenlace trágico. Quisieron  alejarme de la casa  con unos vecinos, pero yo regresé y mi angustia era  tal que me  vino una desesperación profunda de la que temí no volver a salir nunca. Sin embargo, cuando vi a mi hermano  tendido en su ataúd mi llanto se hizo  más sosegado y el tiempo, más tarde, se encargó de serenarme. Aunque nunca he podido olvidar la  figura de aquel niño  que fue compañero
de mis juegos infantiles.
Con el transcurso de los años la  muerte me tocó de lejos en parientes o amigos no tan íntimamente  vinculados, pero en 1926, cuando vivía yo en Xalapa y disfrutaba de un espíritu alegre, feliz, tuve la pena de perder bruscamente a mi padre. Fue la misma madrugada en la que llegaba a Xalapa con la familia  para radicar a mi lado. Esta circunstancia me causó una  violenta sacudida interior que casi  me aniquila y, por algún tiempo, tuve que realizar inauditos esfuerzos para  salvarme de mi angustia. Entonces la poesía y  la lectura me sirvieron de gran consuelo, la misma soledad, mis solitarios paseos por el parque de los Berros
y las lomas del estadio y mis recorridos a pie, por el entonces hermoso bosque de Pancho, me ayudaron a recuperarme. A medida que el tiempo ha ido  pasando siento cierto endurecimiento contra la muerte. Antes pensaba también sobre mi propia muerte y calculaba por ideas o prejuicios sobre la herencia, que podría vivir tantos años, más o menos, pero como mis experiencias y vaticinios no  se cumplían, dejé  de interesarme en estas  cosas  y  volví a lo que siempre ha sido mi vida:  la poesía.

-¿Cómo  nació  y por qué el estridetismo y que ha significado, según Maples Arce,  para la poesía mexicana?

Manuel está  aún conmovido por lo antes recordado en torno a sus muertos entrañables y a la muerte misma.
Aparece,  por fortuna, su esposa. Su presencia lo anima. Mira su reloj de pulsera y pide un aperitivo. Nos sirven un par de vermuts  acompañados de un platillo de jamón.

-¿Dónde  íbamos?,  nos dice. Nosotros simplemente le repetimos  la pregunta. Las horas se nos han ido sin darnos cuenta. Maples Arce  nos dice:

-Como le había referido al iniciar  nuestra plática yo era un muchacho modernista cuando llegué a Veracruz.
Salvador Rueda, por algún tiempo injustamente olvidado, pero que José Luis Cano, en su antología de poetas
andaluces contemporáneos, reivindica con buen criterio, yo tuve el gusto de recibirlo, pronunciar una salutación en su honor y pasearlo por la  ciudad, de la misma manera entré en relación con  otro poeta andaluz, Francisco Villaespesa e instalamos una peña con otros jóvenes de Veracruz  en el portal del café Diligencias. Todavía, cuando en 1920 vine a México, prevalecían en mi los gustos modernistas. De este tipo de poesía se publicaron algunas cosas en “Revista de Revistas”, que dirigía a la sazón mi paisano José de F. Núñez y Domínguez.

Creí que por la  imagen principalmente podría conseguir efectos  de emoción superiores a los que habían logrado los poetas  del modernismo. Esta verificación y comprobación  de estética me produjo algo así  como una crisis y sentí la necesidad de escribir de otra de otra manera, aunque sin saber exactamente cómo. Una constante  especulación de obras y una que otra realización de metáforas me ponían en camino de algo nuevo, cuando escribí uno de esos nuevos poemas. Quise  publicarlo en “Revista de Revistas”, que era la publicación que acogía entonces la poesía, pero mis amigos ahí estaban  muy aferrados a sus viejos conceptos y me cerraron las puertas con toda diligencia, pero yo seguro de mi poema se lo despaché a Enrique Gómez Carrillo a Madrid, donde dirigía la revista “Cosmópolis” y ahí  lo publicó con gran satisfacción mía, pues  me convertía, en mi creer y sentir de entonces, en poeta internacional.

Estas preocupaciones y  la misma publicación de poemas no implicaba  un “movimiento” literario como los que comenzaban a surgir en España y se habían ya manifestado en Suiza, Francia, Bélgica, Alemania y Rusia, pero rechazo que  había sufrido en “Revista de Revistas” me  hizo pensar en la  necesidad de la estrategia literaria, la publicidad, la divulgación,  la conquista de adeptos, de amigos que se solidarizasen con las nuevas ideas. Ya por aquel tiempo estaba  yo en relación con algunas revistas y publicaciones españolas y francesas, principalmente, y conocidas por haber visto sus obras en revistas  y  monografías, pinturas y esculturas de artistas de  vanguardia. Estaba  yo completamente solo por aquellos días y  se me ocurrió publicar un llamamiento a los  escritores, poetas, pintores y escultores de la  nueva generación, de ahí surgió la idea de un manifiesto que, a ultima hora y al hacer el encabezado del mismo en la imprenta  llamé estridentista. Luego como subtítulos venían frases de escritores extranjeros y lemas de mi cosecha. La parte medular del manifiesto exponía ideas que se me habían ocurrido al iniciar un nuevo género literario y paralelamente escultórico y pictórico. El aporte principal era el de la  nueva imagen, pero en vez de que el poema se convirtiera en una simple sucesión de imágenes sin nexo alguno entre ellas, como en el creacionismo, se  buscaba  alguna relación que diera unidad  al  poema.
   
Nuestra  conversación  con Manuel Maples Arce continuaría substantivamente  y ya para terminar sentenció:

-Yo creo en la poesía porque creo en el hombre, pero en el hombre total, inmerso en la totalidad del mundo”.

Y así salimos de la  casa del  padre del estridentismo, aquella  mañana  soleada y cálida, más enamorados
que  nunca  de la poesía y, por supuesto, amando a este poeta universal, tan de Papantla, luminosamente
veracruzano y rebosante  de  humanidad.
   
Maples Arce moriría el año de 1981 en la ciudad de México. Apenas  un año después de que mantuviera con nosotros esta  conversación.