viernes, 16 de noviembre de 2012

EL ESCRITORIO

Era triste salir cada mañana
por un pedazo de sonrisa,
detrás del escritorio.
Triste era rasurar el ánimo
para contar unos billetes,
detrás del escritorio.
Era triste bolear los zapatos,
usar el traje de mejor

gris, arreglarse la corbata,
para mirar un monitor,
detrás del escritorio.
Era triste, muy triste, arreglarse
el sostén y las uñas, la falda y el fleco,
para el beneplácito
de los recursos humanos,
detrás del escritorio.
Era triste, me dije, ya viejo,
a punto de morir este siglo xxi,
y cómo creíamos en ello.

Mi tiempo era un cubículo sin escape.
Era triste, sí; un maldito escritorio.

2
Hubo un tiempo, sí, lo hubo,
que se arreglaban las nubes el fleco
por un beso borracho del sol.
Hubo una mañana, me acuerdo,
que me vestí de gardenias azules
por Margarita, la niña,
la niña bonita de la escuela.
Hubo un tiempo que el lapizlabial
sólo era para bailar el jazz del amor.
Pero este tiempo de escritorio
triste
obliga a los aretes del naranjo
a vestirse de primavera
amarga, por unas cuantas monedas,
por comida. Estamos cercados.

Sucede que se simula el encanto
de las pestañas del rosal, entonces
se acostumbra el gesto hermoso a la mentira.
Pero hubo un tiempo, sí, lo hubo,
que se arreglaba Azucena por la lluvia
y el pescador era un borracho por un simple caracol.
Hubo un tiempo, sí, lo hay,
un tiempo que está fuera del cubículo
triste de este tiempo de escritorio.

Abraham Peralta Vélez

domingo, 11 de noviembre de 2012

La alegría del idioma, Carlos Pellicer

Les comparto un fragmento del discurso de Carlos Pellicer en su ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua; muy a cuento con lo que sucede todavía con la expresión poética del siglo xxi, por lo menos, según mi parca receptividad.

"El arte poético actual, si así puede llamársele, es la negación de toda belleza formal. Los poetas, aquí y allá, se han echado en brazos de un pretendido y falso verso libre que no es sino una prosa de medio uso y de medio pelo. El tema obligado es el anecdotario político-social más saliente de nuestros días, con todo lo que suele tener de odio y de virulencia malsana. Se llaman escritores progresistas y en general, artistas progresistas. Progresistas por imbecilidad, pues ¿de dónde han sacado que el arte es susceptible de progreso? El arte, de acuerdo con los tiempos, es sólo diferente. Desde hace treinta mil años, más o menos, en la época feliz en que todo era de todos, ¡oh, Cervantes, divino e inmortal!, la Humanidad alcanzó la madurez estética por lo que se refiere a la pintura, y no la ha sobre pasado. Después, maduró la arquitectura en Egipto y en lo que hoy llamamos América, y también la escultura. Grecia, inventa o establece, para siempre, los géneros literarios. La música es, por excelencia, perfecto fruto y arte cristianos. Solamente la ciencia continúa su proceso natural evolutivo, facilitando el trabajo y la traslación y multiplicando diabólicamente la capacidad de destrucción y de odio. ¡La pobre ciencia!

Sólo el arte goza de una especie de modesta eternidad. Es lo único que queda en pie, después de desaparecida históricamente una cultura. Pero el arte, en libertad. No por consigna. Y por excelencia, el arte religioso de todos los tiempos, el verdadero arte. Un partido político, con el que tengo algunas afinidades, pretende estúpidamente que sus artistas afiliados, hagan arte para las masas, como si el arte no fuera para todo el mundo. Y le llama arte formal a aquella manifestación artística que expresa refinamientos de oficio, y les exige a esos artistas que no sean refinados, que no hagan las cosas lo mejor que puedan, sino informalmente, es decir, arte, como si dijéramos para analfabetos, para ignorantes, para pobres diablos. Sencillamente un arte jerarquizado hacia abajo. En el colmo de la contradicción, por una parte se desea y lo deseamos muchos afortunada y ardientemente, que no haya hambre ni miseria, que haya, ojalá, una sociedad sin clases, es decir, un mundo cristiano, y por otro lado, se exige en lugar de un arte esplendoroso, un arte sin arte, amorfo y harapiento [...].

La alegría del idioma ha hecho de mí un poeta que ama su oficio, su arte, la suntuosidad, porque en mi sangre hay noches mayas y días mediterráneos. Pero me estoy refiriendo a esa pobre cosa que es el ingenio humano, tan fascinante y tan necesaria en apariencia. Hay algo superior al arte, y es la bondad. Toda la literatura del mundo, pasada, presente y futura, no es y será sino un gentil divertimiento, al lado del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Y la mayor suma de belleza imaginable está contenida también en Él. El cielo y la tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán. Y veo que pocos momentos he acertado en mi obra poética. Yo, que soy un violento, no he sido en suma sino uno de tantos cobardes. Lástima de alegría del idioma, tan torpemente empleada. Es apenas ahora, a la entrada del otoño, todavía con las últimas rosas en las manos, cuando yo quisiera vivir con la alegría portentosa de la conciencia de lo eterno. Yo daría toda una vida rica de miseria por un solo día de luminosa plenitud.

Hay algo en mí que surgirá y revivirá
la primavera sin su veleidades.
Un día de animadas soledades
encarnará la rosa indicativa.

Me faltará en la boca la saliva;
tan lejos sentiré mis tempestades,
que apenas luminosas oquedades
cerrarán sin ruidosa comitiva.

Entre rumores y amistad campea
mi esperanza. Un volcán sus líneas sube
y el valle con la tarde se ladea.

¿Vendrás, oh primavera, la Esperada?
Y al cuello del volcán, plácida nube
divide en dos la roca apasionada".
Documento publicado en la Revista de la universidad de México y lleva por título "La alegría del idioma".