Pertinaces y cantores,
los estúpidos se embravecen en el estadio para rendirle pleitesía a
unos hombrecitos musculosos que van tras el balón. La estupidez humana no tiene límite, y, tan estúpida es, que se reproducirte pronto y en exceso, triunfante y servicial. Si no fuera estúpida, cesaría.
Los estúpidos adoran a un perro cazador que dribla cualquier obstáculo con tal de morder un gol. Y crean banderas y cantos y pierden los sesos en un vaso gigantesco de cerveza. ¡Qué gran civilización la nuestra, vaya que sí!
Jamás he visto a
un cerdo rendirle culto a un pedazo de juego, quizá porque no es
inteligentísimo como el hombre y sólo satisface sus instintos. Quizá esa inteligencia sea, en verdad, estupidez; y el instinto del
cerdo sea verdadera inteligencia, porque jamás lo he visto adorar a
quien le roba el alma de su cartera.
Sólo sé que existe un
insecto que idolatra la mierda y la conserva y no es el hombre,
aunque tal parece. Es el placer de la mierda en los sesos. Y la adrenalina que enajena a un perro tras una liebre. El instinto y la mecánica tras el gol, la ganancia y pérdida, valores de la industria del hipódromo.
Como el
dipsómano, el aficionado disfruta de su embriaguez, aunque sabe muy
bien que su placer le traerá murciélagos a la cabeza y al estómago. ¿Quién que sabe que algo lo destruye, lo idolatra?
El fútbol es un digno
reflejo de una sociedad que se conforma con el circo, aunque le falte
el pan, la salud, la religión, el arte y el pensamiento, es decir, aunque le falten los rasgos que lo conservan humanamente.
El hombre, al reducir su
capacidad de conciencia a la idolatría de un trapo sin valores, se
convierte en un completo estúpido: un acto que reduce al hombre a
las patadas. Si esto es la inteligencia, prefiero ser cerdo.
DON NADIE
Messi |