miércoles, 4 de agosto de 2010

Oh, aquellos tiempos de ocote

En memoria y gran memoria
de mi bsabuelo Onofre García Alvarado
amante de cualquier flor labrantía.

Que mi vida no es mi vida,
mi vida es aquella
de tierras labrantías.

Mi bisabuelo soy yo
arando tierra moreliana
en la espera de una flor.

Yo quisiera labrar
y vivir la fecundación
de un hermoso, naranjo en flor.

No importa cual sea la flor. Importa
saber sembrar, a buena luz,
con fuerte corazón.

Un buen sombrero,
unos largos bigotes
y una convicción de arquitecto en flor.

Una espiga de trigo,
una espiga de arroz,
un esposa fiel para el amor.

Bisabuela,
las profundas raíces del amor en ti…
y el árbol está muerto.
Inimaginable el dolor en ti
del Amor, eterno amor.

Pero tú sigues siendo la flor viva,
la sábila verde y curativa;
del dolor del hombre en ti, siempre vivo.
Mujer, jamás marchita,
Flor de mis flores, siempre niña.

Oh, Rosa, mi bisabuelo,
arando tu hermosa tierra moreliana
en espera de una flor de sábila.

Oh Rosa, despierta,
hermosa, flor de mi vida,
que volvió a salir el sol…


Que mi vida no es mi vida,
mi vida es aquella
de árboles y verde gallardía.

Ardía en tu lengua, bisabuelo,
la ceniza del carbón,
la voz del anafre,
el anhelo del fuego.

Ay, por qué te has ido
a dormir a otro petate,
más allá de mis manos, supertejido.

Que no quiero
amarrar con este mecate
sentimientos de cáñamo prendido.

Que mi vida no es mi vida,
mi vida no es esta vida
de gris y electrificada algarabía.

Oh, aquellos tiempos de ocote.
Tiempos de verde limonero
y de árbol de tamarindos.

Ay, aquel gran árbol de tamarindos.
Platicábamos del agua,
de su hermano mayor, el ahuehuete,
y nos llenaba de su dulce sabiduría milenaria:

“Con mi hermano lloró y planeó el valiente Hernán Cortés,
con él mostró su agradecimiento Cuauhtémoc,
y lo plantaba con su canto Nezahualcóyotl.
Todos eran Tlatoanis, el ser longevo y cósmico”.

Otra vez me dijo:
“Tu bisabuelo era un ahuehuete:
un árbol de agua que nunca envejece.

Con la leña, hizo su fuerza
y entendió la magia del fuego,
la energía de dar calor”.

Oh, aquel sudor de aquella fuerza,
por aquel trabajo doloroso, con el machete,
cortando la hierba mala, a fuerza justiciera.

Su fuerza bien nutrida
por las hortalizas
y la flor viva, del día a día.

¡Oh la flor de la sabiduría!
Midiendo su arquitectura
otra luz me alumbraría.

Aquella luz de la albañilería
de fuerza, cansancio y dolor.
Arar y sembrar para recoger una alegría
de aquel otro calor.

Y aunque es el mismo sol el que me alumbra
no es la misma tierra, no es la misma luz.

Bisabuelo, que soy yo,
ahora abundan las tristezas ocultas;
ahora no, ya no, alumbra el corazón de la flor.

Ya no se baja el zacate del árbol,
se le quita la cáscara
y nos baña con su luz.

Ya no… ahora todo, todo está dado;
desde la oscura tierra a la luz, hasta el amor,
se compra en el supermercado.

Ahora todos olvidamos
que la sangre bulle, que matamos:
un cerdo, un pájaro, una res para vivir.

Nos engañamos con sonrisas
y el corazón triste se entierra
para no escucharlo y reprimir la vida.

En esta tierra pavimentada
no hay arado ni esperanza
hay amnesia electrificada.

Que mi vida no es mía,
en esta tierra pavimentada
que la vida gira y gira.

Soy yo, mi bisabuelo:
El vástago de un árbol
que bebe del murmullo del agua
y escucha a los canarios.

Yo quisiera nacer en el tallo verde,
vivir entre rojos y amarillos,
ser labrador de miel con las abejas.

Saborear el pulque que nace del corazón de la penca
y embriagarme de blanca esencia
y de maguey embriagarme.

Yo quisiera labrar
como tú, como Dios,
las semillas de un hermoso sol.

Nacer en un campo de maíz,
plantar frijoles y comer de mi campo,
¡ah, que ricos garbanzos!
Y gozar y tocar la armónica para vivir
en la música del maíz.

Y así tener derecho a decir:
“Si la tierra me dio de tragar,
que la tierra me trague a mí”.


Abraham Peralta y Vélez

Lunes 29/ jun. / 2009, casa Unidad Modelo, 11:42 pm