lunes, 20 de diciembre de 2010

La tormenta del caballo

Al llorar el caballo su condena
tranquiliza el desgarro de los días.
Es que extirpa el desierto la pena,
pues la lluvia, en su relincho ardía.

Con brío se sacude las cadenas
y perturba su sangre labrantía.
Palpita el ansia de la mar serena.
Se deshace la noche, cae el día.

Vierte el vaho del yugo desatado
y los fantasmas sanguíneos del pozo,
que eran duda, ahora son controlados.

Ahora sabe el caballo sosegado
ya libre de duda, en el reposo,
que quiere ser, y crear lo tan amado.

Abraham Peralta Vélez

Juan Cervera Sanchís, el hombre

Un alma alta
adorna la vida viva
de las aves celestiales.

Fernando Emilio el Poetastro alias El Peón Aislado.

Parte I: El poeta andaluz

El poeta vive, calla y vuelca la poesía. La poesía es el poema y el encuentro con el lector, nadie más puede entrometerse, cada quien tiene su encuentro. Yo hablaré un poco sobre el mío con el poeta y la poesía, que son inseparables, pero ¿cuál es la forma literaria correcta para hablar de ellos?, ¿cómo escribir sobre poesía sin poesía?, ¿cómo hablar de un poeta si no es en verso? Tal empresa es tomar al sol en tus manos y hacerle un estudio, ¡jamás se entenderá al fuego con la biografía!, pero quisiera intentarlo, hablar un poco sobre el hombre que es poeta, para compartirles, en lo posible de las palabras que intentan formar la silueta de un fantasma, un poco del hombre que quema y se deshace al hablar de él, ya que al abrirlo, con ideas y palabras de bisturí, se paraliza, permanece y deja de ser el hombre del trajinar creativo, y entonces, es ahí en donde el paisaje se hace pintura, donde los planetas dejan de girar para servir al astrólogo, que ha convivido años con el paisaje que se le presenta y, después de varios intentos, logra balbucear algo sobre él.

Entonces, con pincel impresionista, os hablaré un poco del poeta Juan Cervera Sanchís, el hombre, dado que como dice el poeta Antonio José Trigo en su introducción al libro Sonetos del amor, de la vida y del hombre, “Juan Cervera es su poesía. Hace equivalentes los términos Vida, Poesía y Destino con pasión y sinceridad”. Para hablar del hombre Juan Cervera Sanchís, comenzaré a remontarme en voz del poeta a su ciudad natal Axati: Lora del Río (Sevilla).

“Érase un pueblo blanco y labrantío
donde el tiempo era dulce y claro y lento;
pasaba por el pueblo un viejo río
que endulzaba las torres con su aliento.

Érase un pueblo, digo, que es el mío
y del que os dejaré en mi testamento
la lluvia, las estrellas, el rocío,
sus callejas, los árboles, el viento.

Érase un pueblo alegre que encendía
niñamente mi sangre. Un pueblo era
cercado y rebosante de poesía…

era Lo blanco de otro tiempo, “era que olía todo el pueblo a pan, de repente”, parafraseando lo que me dijo, absorto y endulzado en sus imágenes internas, en la cafetería el Gran Premio, y que al hablar de su infancia no dista mucho de la poesía que escribe. Juan Cervera Sanchís, al evocar su natal Sevilla, crece en su nostalgia hasta recuperar, por un instante blanco que es símbolo, su infancia, y nos adentra en aquella ciudad que se construye en sus recuerdos y nos hace caminar y respirar por las calles de un pueblo que ni siquiera hemos pisado, por el hambre de un niño que cortaba: “una espiga de cebada verde, con los granos en leche, e ir pelando los granos, para engañar el hambre, tenía algo de ritual sagrado”; aquel niño con hambre que se salió de la escuela a los nueve años para trabajar, y que la poesía lo salvó del hambre y del vicio.

Por su nostalgia nos acercamos al niño lector de epitafios, del cementerio de Lora, que ensoñaba a Críspula y le daba “vida a su muerte”, al joven que fumaba y fumaba por las noches, en la azotea, sus primeros versos, y leía libros prestados por el joven Juan Vilanoba, del bachiller español, que sí iba a la escuela: libros de química, materia por la cual el joven poeta se interesaba, libros de ciencias naturales, de literatura, en fin, libros por donde el joven autodidacta aprendía sobre la métrica de los versos y la química de la vida; sin olvidar a su maestro Salvador Caña, prisionero de guerra, que le enseñó al incauto y curioso Juan matemáticas sobre la arena y algo más que nunca sabremos.

Juan nos adentra por donde se asombraba el joven de la belleza y de la entrega, del olor, del dolor, del cabello rubio de aquella mujer de la casa de putas, Las Putas de Lora. Por donde trabajaba Juanillo el de los muertos, “el hijo de un fusilado por los nacionales” y entregaba las actas de defunción de El Ocaso. “Lo que no sabía la gente en Lora es que por detrás de esos recibos, Juanillo escribía versos” (Antonio Burgos| El Recuadro). Eso y más es Lora del Río para Juan Cervera Sanchís, el poeta nostálgico.

En la poesía cervereana siempre existe un rasgo andaluz, que ya León Felipe anunciaba: “Escuchadle ahora y notad como ya acierta a decir lo suyo con un regusto andaluz que le va muy bien. Yo tengo fe en él, le quiero […]”, pues Juan Cervera aunque radica en México desde hace varios lustros, nunca ha dejado de amar

aquel tiempo de cal que aún imanta
con su blancor mi carne vieja y dura
y de su negra noche la levanta
hasta la blanca altura
de mi infancia blanquísima y vivida
entre aquella blancura irrepetida.

Lo blanco se convierte en símbolo de la infancia, por lo tanto de la nostalgia. El recuerdo es la vía por donde el poeta se expresa, la poesía es aquí un puente de sensaciones que permite la comunicación, tan escasa entre los hombres, para amar como ama el poeta la vida a través de su vida, la poesía sensibiliza a la humanidad, pero ¿para qué sirve leer los recuerdos de un hombre?, ¿dónde está la filosofía en todo esto?

Me callo. No digo nada.
Yo no necesito hablar.
Hablen la lluvia y el viento
y canten el sol y el mar.
A mí me basta, sabedlo,
con simplemente callar.

Abraham Peralta Vélez. http://lapiedraonline.blogspot.com/2010/03/juan-cervera-sanchis-el-hombre.html

NAVIDAD Juan Cervera Sanchís

Llega la Navidad y una vez más la gente
decide iluminar un arbolito.
Dinero, que no hay, para todo....Es el dinero
el actor estelar de esta vieja película
y muchos sufren, sufren y padecen
por su causa y heridos de “no tengo”.
Comerciantes hambrientos de ganancias
calculan y etiquetan.
Se trata de vender y de comprar. Se habla del aguinaldo.
Familiares y amigos compartirán la cena.
Esa cena que a lo largo del año casi nadie comparte.
Se repiten palabras gastadísimas.
El olor del alcohol se intensifica.
Se brinda en todas partes. Se reparten abrazos.
Y sonrisas. Y algunos comen pavo.
Para un observador de otro planeta tal vez parecería
que el nuestro es muy feliz en Navidad,
pero nosotros, ¡ay!, a cierta edad sabemos...
Aunque sería precioso creer en los milagros nuevamente
y llenarse la boca de anís y Niño-Dios, y todo eso...
Sería, ¡oh, sí!, precioso, pero eso no es tan fácil
y aunque uno sigue el juego de los brindis,
los cantos, los abrazos.... la feliz Navidad no es tan feliz.
Sin embargo, uno trata de engañarse y beber y cantar
y creer en los viejos amigos, lo que es harto difícil,
cuando al son de diciembre, porque así son las cosas,
llega la Navidad y una vez más la gente
se enmascara de abrazos y sonrisas
y se viste de amable cortesía
y habla, por una noche, de paz,
de amor, de vinos y esperanzas;
aunque lo cierto es que seguimos
en guerra sin cuartel, como siempre,
en esta lucha inútil de todos contra todos
de la que, finalmente, todos,
sin excepción, saldremos derrotados.

México D. F. 2010

martes, 7 de diciembre de 2010

Miscelánea poética,Video y poesía de Rubén Bonifaz Nuño



Video: Entrevista a Rubén Bonifaz Nuño

Es triste saber, que los lectores releguan a poetas, ya de versos eternales, a los rincones polvorientos de la memoria, y los remplazan por poetas versos quebradizos, escandalosos, como baratos fuegos pirotécnicos...


Poema del libro Los demonios y los días, Ruben Bonifaz Nuño.

Decir: nunca más. Y ver entonces
que nunca ha podido existir nada;
y sentir que un vértigo nos derrumba,
y rodar, caer hasta el fondo
sin hallar un clavo en que agarrarnos.

Es dulce decir "te amo"; decirlo
muchas veces, irlo repitiendo
junto a cada oreja que pensamos
que nos oye; siempre, sin que nos canse.

Cuando llegas tú, se descubre,
sin dejar lugar a dudas, que hay algo,
una solitaria llave de oro
en un ramo oscuro de viejas llaves,
que abrirá una puerta escondida,
una puerta plácida y secreta
que hace mucho tiempo que busco.
Pero tú no llegas; no entiendes
los nombres que yo te doy al llamarte.

¿Para qué nos sirven las palabras
si no son capaces de nombrar, si no pueden
ser jamás oídas? ¿De qué nos valen
la memoria, el sueño, la alegría,
cuando no conducen a estar con alguien,
y arden, y se queman, y nos consumen
hasta los rescoldos, las cenizas, el viento?

La mejor belleza que encuentro
en todas las cosa de los hombres
es la que se guarda en los puentes.
No quiero explicarlo, pero es muy simple:
encima de todo lo que transcurre,
sobre incontenibles aguas que arrastran
cadaveres, techos, ramas, espuma,
es posible, es fácil que se encuentren
manos que por siempre se creyeron
separadas, ojos que no miraban
y que ya se miran con otros,
pasos que se cruzan con otros pasos,
y voces y lágrimas y canciones
que se reconocen, que se juntan
y se saludan como parientes.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Cantar, Juan Cervera Sanchís

El ojo de la ausencia giraba en el espejo.
El mundo era de súbito dos mil años más viejo.

Mi corazón sin vuelta iba de cana en cana.
Un ruiseñor nostálgico cantaba en la ventana.

El rojo de la vida galopaba a caballo.
El alba se enredaba en el canto de un gallo.

Paría una mujer un niño deseado.
Un hombre recordaba su infancia embelesado.

Hay noches sustantivas y días irrepetibles.
Las fuerzas que nos rigen son fuerzas invisibles.

El color nos deslumbra, nos seduce el aroma.
El silencio, que es único, es el más alto idioma.

El tiempo se embriaga de nunca más volver
y yo cierro los ojos para volverte a ver.

JUAN CERVERA SANCHIS
México D. F., 5 Diciembre 2010