martes, 22 de noviembre de 2011

Ni oferto ni demando

Ni oferto ni demando nada,
ni de mí soy
por entero gobernante,
mas pidome a cada instante
el amor tuyo, mi amada.

Y si vendo mi luz preciada,
será, qué triste,
porque nada más poseo
en este mundo, ¡soy reo!,
soy, con mi luz del alma maniatada.

Abraham Peralta Vélez

Crónica de la semana

UN NIÑO A MITAD DE LA NOCHE
Era el último camión del paradero del metro Zapata, a las once y cuarto de la noche. Veníamos cansados, con el rostro adusto, sólo algunos enamorados se decían adiós y un pálpito de luz rebrillaba en su despedida. Sin embargo, el ambiente era de cabisbajos, de pláticas lentas, y otros con su música iban en otro camino.

Lo intersante de aquella noche fue que al subir al camión era mujer la que cobraba, tal como "la taxista" de tin-tan, y venía su niño, robusto y sonriente, que cobraba el pasaje del último camión a casa. ¡Qué sorpresa nos llevamos!, al subir al camión, nos hacía sonreír aquel niño, y un hálito de vida regresaba al cuerpo cansado.

Un niño, aún fresco, era quien nos motivaba a seguir vivos. Y sin saberlo él, y sin saberlo algunos que reían. Cobraba, interactuaba, vivía sin cansancio a tal hora de la noche.

¿Y qué? No quiero decir: "vaya por la vida con un letrero de sonrisa", pues el cuerpo y el alma se cansan, llegamos, cada día, a un ocaso de nuestra vitalidad, y nada se puede contra eso. O que los niños tengan que hacerlo también a cada instante, como obligación de nuestros prejuicios rosas sobre ellos. Mas hay que reconocer que en el desierto, una gota de agua nos regala un oasis, tal como aquel niño al final de nuestro día, a punto de partir a casa. 

DON NADIE



Hablando claro

El triunfador
era un hijo de puta
sin pundonor.

Las multitudes
siempre dejan un rastro
de podredumbre.

Con el dinero
jamás se compra un alma,
sí muchos cuerpos.

Aquel filántropo
no era mas que un ladrón
enmascarado.

Sin antifaz
el héroe resultó
un gran truhán.

Nada está escrito
todo se está escribiendo
y borrando al unísono.

La derecha y la izquierda
son en realidad
la misma mierda.

Juan Cervera Sanchís