Abraham Peralta Vélez
¡Qué permanezca la tierra!
¡Qué estén en pie los montes!
Así venía hablando Ayocuan Cuetzpaltzin.
En Tlaxcala, Huexotzinco.
Que se repartan
flores de maíz tostado, flores de cacao.
¡Qué permanezca la tierra!
Canto breve, pregonado por el poeta, Ayocuan de Tecamachalco, durante
sus recorridos por los caminos de Tlaxcala. Exclamaciones que
anhelan, ante “la región del momento fugaz”, un ser eterno, una
permanencia. “¡Qué permanezca la tierra! / ¡Qué estén en pie
los montes!”. Su grito angustioso insiste en permanecer, su voz
pregona al Dador de vida, como si la tierra y los montes fueran él
mismo, destinados a la fugacidad de la vida.
El poeta -el hombre- y la naturaleza se funden en uno mismo, en el
anhelo por lo eterno, la voz, el canto y la forma natural -la tierra,
los montes- expresan una exclamación de vida perenne, un chispazo
del Dador de vida, porque “del interior del cielo vienen/ las
bellas flores, los bellos cantos”, como dice en otro poema. Es tal
la manera de fundirse con la naturaleza, que pide por ella, sin
importar la enunciación de él mismo, como si ella fuera una
extensión de sí mismo, un amor que conforma su ser en total
desprendimiento.
Anhelar que permanezcan la tierra y los montes significa querer la
vida más allá de uno mismo, implica trascender el yo por amor a lo
otro, en el valor sumo de la amistad, el cariño y el agradecimiento
por los bienes recibidos. Dice en otro poema: “Gocemos, oh, amigos,/
haya abrazo aquí./ Ahora andamos sobre la tierra florida./ Nadie
hará terminar aquí/ las flores y los cantos/ ellos perdurarán en
la casa del Dador de vida”.
He aquí que lo salva el anhelo del canto, ante la “región del
momento fugaz”. Vivir para morir, y, para vivir cantar. Sólo se
devela el misterio si se canta, como el Dador de vida cobra forma a
través de la tierra y de los montes, así cobra forma y expresión a
través de las “las bellas flores y los bellos cantos”. El
poeta, el cantor de flores, es una expresión de la eternidad, y
Ayocuan Cuetzpaltzin, valora la eternidad sólo a través de la
amistad y la repartición de los bienes del Dador.
“Que
se repartan/ flores de maíz tostado, flores de cacao./ ¡Qué
permanezca la tierra!” Sólo si se reparten las flores permanecerá
la tierra. Aquí la exclamación, tras las anáforas cantoras,
pareciera no una expresión de angustia, sino de gozo por repartir lo
suyo. Es constante el símbolo de la flor, como la más pura
expresión de la fertilidad y la belleza. Aquí la flor, distinta del
símbolo de la fugacidad en Occidente, cobra un sentido de flor
inmarcesible.
Además,
son flores de “maíz tostado” y de “cacao”, alimento básico
en la nutrición de la época prehispánica, es decir, esencial para
la supervivencia del ser humano. Esto dentro del poema conlleva a la
repartición de la esencia de la vida, en este caso serían la flores
del Dador de vida, el aliento para no morir, el anima
o el
alma como occidentalmente le conocemos. Así mismo, es un expresión
de amorosa amistad, porque “la amistad es lluvia de flores
preciosas”.
En conclusión, este breve canto, aunado con otros de sus versos,
expresa la estrecha relación del poeta -el hombre prehispánico- con
la naturaleza, donde el anhelo de permanencia por algo oculta la
verdad de su adiós, puesto que si fuera ese algo perenne, no habría
deseo por querer su eternidad. A la vez, se trasciende, porque la
tierra es él mismo, que anhela permanecer, y sólo lo logrará si
repate festivimente su canto de flor esencial.