miércoles, 5 de septiembre de 2012

Ayocuan Cuetzpaltzin, poeta de la amistad

Abraham Peralta Vélez
¡Qué permanezca la tierra!
¡Qué estén en pie los montes!
Así venía hablando Ayocuan Cuetzpaltzin.
En Tlaxcala, Huexotzinco.
Que se repartan
flores de maíz tostado, flores de cacao.
¡Qué permanezca la tierra!

Canto breve, pregonado por el poeta, Ayocuan de Tecamachalco, durante sus recorridos por los caminos de Tlaxcala. Exclamaciones que anhelan, ante “la región del momento fugaz”, un ser eterno, una permanencia. “¡Qué permanezca la tierra! / ¡Qué estén en pie los montes!”. Su grito angustioso insiste en permanecer, su voz pregona al Dador de vida, como si la tierra y los montes fueran él mismo, destinados a la fugacidad de la vida.
           El poeta -el hombre- y la naturaleza se funden en uno mismo, en el anhelo por lo eterno, la voz, el canto y la forma natural -la tierra, los montes- expresan una exclamación de vida perenne, un chispazo del Dador de vida, porque “del interior del cielo vienen/ las bellas flores, los bellos cantos”, como dice en otro poema. Es tal la manera de fundirse con la naturaleza, que pide por ella, sin importar la enunciación de él mismo, como si ella fuera una extensión de sí mismo, un amor que conforma su ser en total desprendimiento.
        Anhelar que permanezcan la tierra y los montes significa querer la vida más allá de uno mismo, implica trascender el yo por amor a lo otro, en el valor sumo de la amistad, el cariño y el agradecimiento por los bienes recibidos. Dice en otro poema: “Gocemos, oh, amigos,/ haya abrazo aquí./ Ahora andamos sobre la tierra florida./ Nadie hará terminar aquí/ las flores y los cantos/ ellos perdurarán en la casa del Dador de vida”.
       He aquí que lo salva el anhelo del canto, ante la “región del momento fugaz”. Vivir para morir, y, para vivir cantar. Sólo se devela el misterio si se canta, como el Dador de vida cobra forma a través de la tierra y de los montes, así cobra forma y expresión a través de las “las bellas flores y los bellos cantos”. El poeta, el cantor de flores, es una expresión de la eternidad, y Ayocuan Cuetzpaltzin, valora la eternidad sólo a través de la amistad y la repartición de los bienes del Dador.
       “Que se repartan/ flores de maíz tostado, flores de cacao./ ¡Qué permanezca la tierra!” Sólo si se reparten las flores permanecerá la tierra. Aquí la exclamación, tras las anáforas cantoras, pareciera no una expresión de angustia, sino de gozo por repartir lo suyo. Es constante el símbolo de la flor, como la más pura expresión de la fertilidad y la belleza. Aquí la flor, distinta del símbolo de la fugacidad en Occidente, cobra un sentido de flor inmarcesible.
         Además, son flores de “maíz tostado” y de “cacao”, alimento básico en la nutrición de la época prehispánica, es decir, esencial para la supervivencia del ser humano. Esto dentro del poema conlleva a la repartición de la esencia de la vida, en este caso serían la flores del Dador de vida, el aliento para no morir, el anima o el alma como occidentalmente le conocemos. Así mismo, es un expresión de amorosa amistad, porque “la amistad es lluvia de flores preciosas”.
          En conclusión, este breve canto, aunado con otros de sus versos, expresa la estrecha relación del poeta -el hombre prehispánico- con la naturaleza, donde el anhelo de permanencia por algo oculta la verdad de su adiós, puesto que si fuera ese algo perenne, no habría deseo por querer su eternidad. A la vez, se trasciende, porque la tierra es él mismo, que anhela permanecer, y sólo lo logrará si repate festivimente su canto de flor esencial.