martes, 12 de abril de 2011

ROSAS MORENO, POETA Y EDUCADOR


Por Juan Cervera Sanchís

Hay quienes únicamente recuerdan a José Rosas Moreno por el nombre de una calle. De su poesía, hoy, pocos se acuerdan. Tampoco de sus fábulas para niños. No obstante ahí están en las páginas amarillentas de algunos viejos libros esperando volver a ser leídas.
Rosas Moreno vino al mundo en Lagos, Jalisco, el 19 de agosto de 1838. Hijo de don Ignacio Rosas y doña Clara Moreno. Ella era pariente del insurgente Pedro Moreno. José estudió en León, Guanajuato. Luego en la ciudad de México donde hizo
la carrera de Leyes.
Siendo muy joven comenzó a militar en el Partido Liberal. Al terminar su carrera profesional en la capital de la República retornó a la ciudad de León, que él sentía realmente suya. Ahí hizo carrera política. Fue diputado a la Legislatura de
Guanajuato y posteriormente al Congreso de la Unión. Sería también regidor del ayuntamiento de aquella ciudad.
Su pasión más profunda se inclinaba hacia las letras. Ejerció el periodismo político y literario. Colaboró con asiduidad en los periódicos liberales.
Preocupado profundamente por la cultura y la educación de las nuevas generaciones cultivó con maestría la fábula. Sus fábulas para niños le dieron una enorme popularidad en todo el país.
Nos legó varios libros de fábulas y es una pena que los niños de hoy no los hayan leído. Durante años fueron de lectura obligatoria en todas las escuelas de México.
Rosas Moreno está, justamente, considerado como el mejor fabulista mexicano. Sus fábulas son tan ingeniosas y originales como las de Fedro, Esopo, Iriarte o Samaniego. Su lectura, hoy como ayer, nos dejan una sabia enseñanza ya que cada fábula es en sí una positiva lección.
El año de 1891, ocho años después de su fallecimiento, acaecido en 1883, José Rosas Moreno recibió un homenaje. Se le recordó como un admirable educador y un notable patriota. Tal como se acostumbraba en el lenguaje de la época, uno de los participantes al acto al referirse al homenajeado manifestó: “Era un hombre
tan modesto y espiritual cual un ramo de violetas.”
Aparte de este piropo que hoy nos suena a románica cursilería se subrayó:
“Entre los autores mexicano ninguno como Rosas Moreno, quien puso su talento y sus sentimientos al servicio absoluto de la patria.”
Así eran aquellos floridos homenajes en el México del siglo XIX.
Algo que no conviene callar, y que retrata el alma de aquella época en su concepto y en su praxis, tan diferentes a la nuestra, es que Rosas Moreno vivió y murió en la digna pobreza de las mínimas regalías que le dejaban sus libros y lo poco o casi nada que le pagaban los periódicos donde colaboraba y un pequeño sueldo que recibía como maestro, ya que toda su vida dio clases.
Rosas Moreno fue un hombre noble y generoso, aunque visto desde la óptica actual, en que el desprecio por el humanismo es cada vez más acentuado, pueda parecer, a los ávidos depredadores que hoy nos circundan por todas partes, un
ingenuo.
Él pensaba y actuaba en función a la educación misma y no hacer de esta un negocio con el que ganar dinero y más dinero. José Rosas Moreno escribió también varias obras dramáticas de excelente calidad literaria y contenido social, pero no tuvo éxito con ellas. Excepción hecha con la titulada “Sor Juana Inés de la Cruz”, que sí fue representaba y aplaudida por el público culto de la época.
Su colección de fábulas morales fue prologada por don Ignacio Manuel Altamirano.
La poesía de Rosas Moreno, donde nos habla, en perfectas rimas consonantes, de tristezas crepusculares y la vida del campo, así como del retorno a la aldea, nos sorprende de repente como versos como estos:

“Cada árbol, cada flor, guarda una historia”

Y: 
“Errante y sin amor siempre he vivido;
siempre errante en las sombras del olvido”.

Versos que nos revelan una secreta y profunda desolación y una amargura interior que lo conduce a esta rotunda conclusión:

“Ni sé, ni espero, ni ambiciono nada”.

Tras el fabulador de cuadros morales y el patriota ferviente había un hombre reflexivo y solitario, que sabía de tristezas y decepciones, lo que sin duda es harto interesante y rompe de alguna manera el cliché que tenemos de José Rosas Moreno.
Si ahondamos en su médula poética descubrimos a un ser humano, a un poeta, e incluso a un filósofo de la vida, muy distinto de aquel que sus contemporáneos dibujaron, con superficialidad, como “un hombre espiritual cual un ramo de violetas”.