martes, 20 de marzo de 2012

¿A quién?

--> ¿A quién?,
me pregunto, interrogo
a mis acompañantes invisibles.
Sé que nunca estoy solo.
Siento que me rodean y me escuchan
muchas almas amigas,
que no son ni serán
nunca de carne y hueso.
Con ellas no hay problema,
ellas están al tanto de mis cuitas,
de mis noches de insomnio
y de mis días amargos.
El problema de siempre
es el de siempre, el que nació conmigo
del vientre de mi madre
y, barro húmedo y triste,
en vano aspira a ser radiante estrella.
¿A quién, decidme, a quién
podría yo en esta hora hecha pedazos
abrir de par en par mi corazón?
La verdad no lo sé,
desconfío de estas pobres
y frágiles criaturas
que, al igual que yo, sufren
y simulan que son lo que no son,
por lo que suelo hundirme en el mutismo
o hablo sin decir nada
de lo que en realidad querría decir,
en tanto rueda y rueda
esta absurda y ridícula película
donde nadie, ni reyes ni mendigos,
podría presumir de estar interpretando
el gran rol estelar, tan engañoso,
ya que todos aquí somos en fin de cuentas,
nadie, por Dios, se engañe,
extras, seres anónimos,
destinados a perderse en el polvo
sin nombre y sin memoria del olvido.

JUAN CERVERA SANCHIS
México D. F., 19 Marzo 2012

El poeta desdichado

Decidió ser poeta. Fue a la biblioteca por los clásicos, las gramáticas, las retóricas, los manuales del buen gusto... Sistemáticamente acartonado logró memorizar cada minucia. Se empeñó a escribir; cada verso era un “diamante de alabastro”, como gustaba decir, “si un mes o un año me tardo, qué añejado vino, mi verso”. Terminó su libro, se lo llevó a su ex-esposa, que perdió por vocación, y aquella le dijo, con voz de sentida editora: “se te olvidó cómo besar a tu mujer”. Entonces, desdichado, fue con su amigo, y aquel le espetó: “Se te olvidó cómo era caminar sin retórica”.

Desdichado, erró hasta sentarse en una acera. Tronchó su manojo de versos. Pasó un cúmulo de cotidianidades y sacó un papelito arrugado, donde derramó una lágrima.