jueves, 10 de enero de 2013

Haikus y tus pies

Aquella torre
ensombrece la tarde,
el sol y el cielo.

El viento peina
el cabello del mar.
¡Danzan las nubes!

La pandereta
de Dios tiembla; ¡el viento
entre las hojas!

Abraham Peralta Vélez




TUS PIES me invitan al cielo
más azul y al azul
más ave, más tú en el cielo.
Abraham Peralta Vélez
link


TUS PIES
A ti, como siempre, bailarina

Tus pies me invitan al cielo
más azul y al azul
más ave, más tú en el cielo.

¡Vuela tu blanco pañuelo!
Beso el talón
de tu aleteo,
vuela azul de mi consuelo. 

Acaricio un terciopelo
de cansancios limpios.
Huellas de agua que iban por el suelo.

Serrezuela, verdezuelo,
yo, canto entre plantas de la sierra,
entre las plantas de tus pies, anhelo.

Tobillos en paralelo,
alas, luz, tobillos,
¡guijarros en el riachuelo!

¡Tus pies, cielo!, donde vuelo
un minuto empíreo
y paladeo el más puro cielo.

¡Tus pies, azul, desnudo cielo,
cielo más desnudo,
desnudo más azul que el cielo!

Abraham Peralta Vélez




 ¡TUS PIES, azul, desnudo cielo,
cielo más desnudo,
desnudo más azul que el cielo!
Abraham Peralta Vélez
Link

Lectura poética de la semana: "A orillas del Duero", de Antonio Machado

Hoy comienzo una intensión nueva: escribir sobre un poema, cada semana. Porque la poesía, con reflexión y sentimiento, ¡llena las horas de pródigos saberes!
   Qué mejor manera de comenzar este propósito, que con el bueno, en el buen sentido de la palabra, de Don Antonio Machado, nacido en Sevilla el 26 de julio de 1875 y muerto en Colliere el 22 de febrero de 1939; y su poema "A orillas del Duero".

Releo y descubro, a Don Antonio Machado, sabio y emocionante de nuevo. Siempre atesoro, en el corazón de mi memoria, varios de sus versos y esto expresa mi mejor homenaje. Nada de panderetas, mi homenaje late en la memoria y la reflexión personal, íntima.  
   "A orillas del Duero" pertenece al libro, Campos de Castilla (1907-1917), escrito en la madurez y en la pena, porque había muerto su primer y gran amor: Leonor Izquierdo Cuevas; aunque esta es leña de otro fuego, subyacente a la serenidad triste, que caracteriza el ánimo de Campos de Castilla.
   El poema, "A orillas del Duero", abarca distintas preocupaciones: el yo y el paisaje; la historia y el tiempo: el ser del presente, el ser del pasado y el ser futuro, aunado narrativamente, porque "canto y cuento es la poesía"; y, más que esto, un corazón en espera, que no deja de latir jamás. 
  En "A orillas del Duero" el poeta mezcló latinismos y arabismos, como "cayado", "hollar", "espliego" -del latín-; "alcor", "barbacana" -del árabe-; el mestizaje esencial de la lengua castellana. Don Machado mostró un refinado uso de nuestra lengua, la embelleció, la llevo a la síntesis y a la hondura de la idea, desdeñoso del mamotreto y la presunción hueca.
   El poeta, entonces, "A orillas del Duero" subía por el pedregal, ensimismado.
         Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.
      Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
      buscando los recodos de sombra, lentamente.
      A trechos me paraba para enjugar mi frente
      y dar algún respiro al pecho jadeante;
      o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante
      y hacia la mano diestra vencido y apoyado
      en un bastón, a guisa de pastoril cayado,
      trepaba por los cerros que habitan las rapaces
      aves de altura, hollando las hierbas montaraces
      de fuerte olor —romero, tomillo, salvia, espliego—. 
      Sobre los agrios campos caía un sol de fuego. 


   Don Antonio Machado sabía que "el que habla consigo, quiere hablar con Dios un día". El "yo, solo", habla con la transparencia de Dios entre el paisaje; no dice nada, sino va silencioso, "a guisa de pastoril cayado"; deja hablar al paisaje. No hay, si quiera, el pincelazo de una opinión. El paisaje es, abraza al solitario y lo hace suyo, ya son uno mismo el poeta y el paisaje. 
   El pasado se hace presente, el yo, habla de otro yo. El poeta narra sobre sí mismo: "yo, solo [...] subía [...] me paraba para enjugar..."; el verbo aclara toda duda. Quien se recuerda, observa un espejo de fantasía. La emoción presente de quien recuerda impregna el pasado, un velo "agrio" empaña la descripción, un velo de ilusión mítica.

                  Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo
       cruzaba solitario el puro azul del cielo.
       Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo, 
       y una redonda loma cual recamado escudo,
       y cárdenos alcores sobre la parda tierra 
       —harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra—,
       las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero
       para formar la corva ballesta de un arquero
       en torno a Soria. —Soria es una barbacana,
       hacia Aragón, que tiene la torre castellana—.
       Veía el horizonte cerrado por colinas
       oscuras, coronadas de robles y de encinas;
       desnudos peñascales, algún humilde prado
       donde el merino pace y el toro, arrodillado
       sobre la hierba, rumia; las márgenes de río
       lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,
       y, silenciosamente, lejanos pasajeros,
       ¡tan diminutos! —carros, jinetes y arrieros—,
       cruzar el largo puente, y bajo las arcadas
       de piedra ensombrecerse las aguas plateadas 

       del Duero.

   El yo vuelve a ser embebido por el paisaje. El entorno descriptivo se encuentra en un primer plano narrativo. Da la sensación del sueño penetrante: ¿se estuvo o se es invento? El "buitre" "solitario" en el "puro azul del cielo" parece un parangón del poeta, solo, capaz de adentrarse sin estar, estar sino volando. La distancia, de aquella orilla del Duero, se hace presente en el recuerdo. 
   Y habla, de soslayo, sobre una antigua Castilla guerrera: "el recamado escudo"; el "arnés de guerra"; la "ballesta"; la "barbacana"; aunque regada y harapienta. El paisaje nos habla, junto al poeta, de un pasado majestuoso, ahora perdido en los recodos del camino.
    A la distancia, empequeñecidos, los hombres, el ser de España. Como quien ha perdido importancia, majestuosidad en el cuadro. "Los pasajeros" del hoy, ante el ayer majestuoso, ante la serrezuela imponente, se convierten en diminutas criaturas. El hombre es apenas un movimiento nimio en la historia de España y del mundo. Lo petrifica y agiganta el poeta con su canto.
  
          El Duero cruza el corazón de roble
      de Iberia y de Castilla.
      ¡Oh, tierra triste y noble,
      la de los altos llanos y yermos y roquedas,
      de campos sin arados, regatos ni arboledas;
      decrépitas ciudades, caminos sin mesones,
      y atónitos palurdos sin danzas ni canciones
      que aún van, abandonando el mortecino hogar,
      como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!
      Castilla miserable, ayer dominadora,
      envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
      ¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
      recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
      Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
      cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
      ¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra
      de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.


   Iberia y Castilla, es decir, origen; ya ajado y palurdo. El ser del presente muestra su oquedad de espíritu y de materia. Sin arado, sin mesones, y sin danzas ni canciones. Nada va, sino es llevado por el río, como las piedras desganadas, hacia la mar, "que es el morir", ya dicho por el poeta Jorge Manrique, autor predilecto de Don Machado.
  "Castilla miserable, ayer dominadora, / envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora". Duele, todavía, en esta tierras mexicanas, tal desprecio de la ignorancia. La ignorancia vestida de orgullo andrajoso y vano. La ignorancia despreciativa y sabedora, que no busca más allá de sí misma, porque cree que lo sabe todo; la ignorancia absolutista, la que se extravía en su propia torpeza, la que choca con el muro, impotente, ignorante del subsuelo del ayer, donde existen dominios que le ayudarían a salir de su miseria.
    "Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira; / cambian la mar y el monte y el ojo que los mira".  El tiempo, aquí, no es una abstracción, sino un hecho cargado de emoción. La poesía tiene el don, como el don de Don Antonio Machado, de vitalizar lo que podría ser un razonamiento helado, de "vivenciar" el pensamiento. El tiempo pasa en el pulso de las cosas, en el latido de los hombres, basta salir al pedregal de las horas.

               La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,
      madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
      Castilla no es aquella tan generosa un día,
      cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
      ufano de su nueva fortuna, y su opulencia,
      a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
      o que, tras la aventura que acreditó sus bríos, 
      pedía la conquista de los inmensos ríos
      indianos a la corte, la madre de soldados,
      guerreros y adalides que han de tornar, cargados
      de plata y oro, a España, en regios galeones,
      para la presa cuervos, para la lid leones.
      Filósofos nutridos de sopa de convento
      contemplan impasibles el amplio firmamento;
      y si les llega en sueños, como un rumor distante,
      clamor de mercaderes de muelles de Levante,
      no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
      Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.
      Castilla miserable, ayer dominadora,
      envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.
      El sol va declinando. De la ciudad lejana
      me llega un armonioso tañido de campana
      —ya irán a su rosario las enlutadas viejas—.
      De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;
      me miran y se alejan, huyendo, y aparecen
      de nuevo, ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen.
      Hacia el camino blanco está el mesón abierto
      al campo ensombrecido y al pedregal desierto. 

   El ser del pasado se agiganta ante la artería del presente. El yo ha desaparecido por completo, velado por el paisaje y por los pensamientos. El poeta ya es aquello que lo circunda, que lo envuelve hondamente. Recuerda, quijotesco, tiempos de caballería y nobleza, de conquistas y riquezas, mientras él va perdido en la bruma de sus pensamientos, impregnados de la historia de su pueblo. 
    Vuelve el ritornelo de Castilla, la despreciativa y sabedora, ignorante. Queda un camino blanco, un ser del futuro, abierto mesón al caminante, de entre sombras y desiertos. Cierra con dos adjetivos, "blanco" y "abierto", más que simples recursos de la estética modernista, guardan el futuro, como una página en blanco y abierta, donde todavía se pueden escribir historias de nobleza.      
   "A orillas del Duero", en esta pronta lectura, nos muestra algunas preocupaciones de Don Antonio Machado: el tiempo, el ser de España, el paisaje y sus símbolos, el yo íntimo. Admirado y entristecido, por un presente que da coces de mula, aromas majestuosos de tomillo antiguo, noble, y un abierto y blanco camino todavía por andar, a guisa de noble pastor, caballeresco.
Abraham Peralta Vélez



Antonio Machado

A orillas del Duero