viernes, 4 de febrero de 2011

RUBEN BONIFAZ NUÑO Dueño de su palabra ceñida y luminosa


Por  Juan Cervera  Sanchís

Toda  la  poesía  de Rubén  Bonifaz  Nuño, la podríamos encerrar en ese relámpago visionario con que  termina su poema “La flama en el espejo”,  y que dice, en fin y principio, que se libera en el cero:

“Se  vuelve aérea, vibra diáfana
la losa del sepulcro; leve 
despega con las alas mansas
de la respiración; los párpados,
incendiados por alegres  lumbres,
la ceguera  aprietan, sepultada;
la rompen. El resucitado
remonta la memoria; mira
en la tercera  luz del alba”.

¿Poesía en pálpito de trascendentales esperanzas?, podríamos preguntarnos. Nosotros nos atrevemos a contestar que en la poesía de Rubén Bonifaz Nuño no hay  ningún  juego de esperanza, ni con ni para la esperanza; estamos ciertos de otra  realidad muy tangible en ella: el descubrimiento deslumbrante. A través de esta poesía nos vamos descubriendo como criaturas destinadas a sobrevolar la humedad doliente del barro  cotidiano:

“¿Soy  alguien yo?, te preguntabas
dentro de lo oscuro, en el silencio
anterior a la palabra oculta;
te  interrogabas, alma  mía.”

Como el gusano de seda, y pensamos en Santa Teresa de Ávila, el trabajo de la luz se fragua en el espeso silencio de las sombras. La semilla es antes que la espiga, pero ¿es después que la semilla la espiga? La vida  es una emoción que suele  nadar con harta frecuencia en la  mar de las paradojas. De súbito la cruza un rayo de lógica inteligencia. Es la  huella del místico, pero el místico fue y sigue siendo un  ser  humano de carne y hueso y  la lógica se transforma en antilógica. Desconfiemos de  nuestros sentidos y a la vez confiemos en ellos, porque es posible, a través de ellos, en cierto estado, ver.

La  poesía de Rubén  Bonifaz Nuño, como la de San Juan de la Cruz o la de William  Blake, es  producto de un estado superior del alma y es por ello que nos despeja  incógnitas del ser:

“Sin pesar ni miedo ni desdicha
vencedora sin tregua, ejerce
alta y humilde los secretos  
de la resurrección; la  clave 
de la vida inmortal persevera.”

El poeta se transmuta. Vuélvese diáfanamente sabio. Sabe que:
  
“Todo se le  muestra, nada teme;
nada encubre, todo protege.
Nacientes formas perfecciona,
llama de salud conduce, fija
en un punto el tiempo y lo repara.
Y armoniza en una las voraces
cuatro criaturas que componen
los rostros vivientes de la esfinge...”

Se estable la  comunión esencial. No se confunda con milagrería. Pero para  haber llegado aquí, a donde es posible fijar en un punto el tiempo y repararlo, este hombre ha tenido que andar largos caminos y comerse de sus carnes y en sí mismo. No hay purificación sin dolor. Todo viene de lejos y en la memoria del poeta está  escrito, en su Fuego de pobres, donde nos deja dicho:

"Tigre la sed, en llamas, me despierta;
hambre mi corazón. Y el rostro
de las cosas me observa; el  medio rostro
de lo que va naciendo; mi morada.
El naciente en la noche,
el rostro para el día de mi rostro.”

Sí, únicamente tras haber sido tan intensamente humano y haber “ensayado los  nombres que ensayaron sus abuelos”, únicamente así: tras haberse sumergido en el fragor de lo humano, Rubén Bonifaz Nuño, pudo dar el salto hacia  las  subliminales esferas, pues mucho antes de flamear en llama  viva  frente a la  claridad de los espejos cantó a sus “demonios” y a sus “días”:

“Desde  la  tristeza  que se desploma,
desde mi dolor que me cansa,
desde  mi oficina, desde  mi cuarto revuelto,
desde mis cobijas de  hombre solo,
desde este papel, tiendo la  mano...”

Hombre y alma en hito de humanidad. Soledad en compañía. Busca perenne. Experiencia desgarrada y desgarrante del diario vivir:

“Con gentes distintas en apariencia
camino, trabajo todos los días;
y no me saludo con nadie: temo.”

Sí, ahí estuvieron los días y los demonios. Ahí siguen estando. Sin embargo,  por El  ala  del tigre, Rubén Bonifaz Nuño halla sorpresivos senderos:

“Todas  las  cosas juntas  vienen
al instante del mundo; y tiemblo,
y al sol y a la sombra tiendo el alma
coronada de amarillos huesos
y  flores  moradas. Armisticio
del tiempo y lumbre. Primavera.”

El  miedo anda  todavía  por ahí agazapado no obstante el respiro del armisticio. Y el poeta  lo sabe mientras lo amoroso, tristemente, le tiembla, como un pájaro herido, entre las manos:

“Espinas y llamas y cenizas 
caídas de tus  manos. Blanca
miseria de cartas  moribundas
que  no te dicen nada, y llaves
de cerraduras enmohecidas
que no abrirás. Palabras, años.”

Dueño de su palabra ceñida y luminosa, Rubén Bonifaz Nuño, nos biografía la vida, que es de todos y que  alguna vez, o muchas  veces, se pudo llamar Julia, Eloisa y  Betina, aunque  la  desnuda realidad lo impulsa a cantar con desértico acento:

“Casa  de muchos  huéspedes, tu vida
no  tuvo nunca el que esperaste.”

Y aquí  se nos  viene  a la  memoria del corazón lo expresado por  Goethe: “El eterno femenino  nos guía hacia lo alto”. Femenina es la muerte. Rubén Bonifaz Nuño, desde su tigre alado, nos ha dicho:

“Desolada
opulencia  del temor. Y solo
por el gusto de morir,
vivimos”.

Poeta grande entre los  grandes,  Rubén Bonifaz Nuño, nacido en Córdoba, Veracruz, 12 de noviembre 1923 y nacido a la poesía, a la que tan fiel ha sido siempre, con La  muerte del ángel, para culminar con la  La  flama en el espejo. Ahí donde “los contrarios en alianza”, ven  arder “la  belleza victoriosa”, porque ahí, el poeta, logra el “poder de las  llaves que guardan los signos de su  mano”, eso que “a plena luz  se oculta”. Y conoce y nos da a  conocer  el secreto:
  
“Y es amor  la respuesta sola, 
y  hay amor –alma, lo sabes-
como el amor  que se le debe”.

“Puritas cordis”. Sí, la poesía de Rubén Bonifaz Nuño alcanza, en luz de inteligencia, la pureza del corazón. Y como diría Casiano: “Con el fin de obtener esta pureza de corazón debemos  hacer y buscar todo cuanto  podamos buscar.” El poeta ha  buscado por “El ala del tigre”, por  “Los demonios y los días”, por  “Fuego
de pobres”, “Por el manto  y la corona”, “Por  imágenes...” Ha buscado y  hallado en vívida  flama, para  darse  a manos llenas.

En Rubén Bonifaz Nuño  se reencuentran  la teoría y la praxis. “In Veritate”. Y, en la verdad de lo vivido y de  la verdad de lo vivido, nace su palabra, es decir, su poesía, en unión de fieras y ángeles reconciliados
en ese “su absorto cántaro atmosférico”, tan antiguo y tan nuevo como el sol de cada  día.