Una
rama gruesa se quebró de un soplo, cayó por el peso que cargaba. Al
tiempo, los vendavales jamás vencieron a otra rama ligera, que, por
ligera, nada perdía.
Un
hombre musculoso enfrentó a un debilucho, le quería robar su
dinero. El debilucho sonriente se lo entregó. Le dijo: “Ten,
esclavo, son tuyos mis grilletes”. ¿Quién se enriqueció?
El
viejo Wilde no podía cargar su piano y llevarlo a la sala de
conciertos. Apenas y podía caminar. Sin embargo, sólo él podía
cargar con esas invisibles notas musicales que provocaban el llanto
del más impasible dictador.
Al
verse tanto en el espejo, mientras se maquillaba, perdió un vagón
que la invitaba a salir enamorada. Llegó, ese día, tarde a todas
partes.
En
el titular, del periódico de esta mañana, venía un corrido: “No
lo mató una bala/ lo mató el amor/ que aquella hierba mala/ le bajó
la guardia/ al ricachón, y lo rindió.”
Abraham Peralta Vélez