viernes, 18 de febrero de 2011

HUERTA, EFRAIN, EL GRAN COCODRILO, SU HUMANIDAD, SU POESÍA


Por  Juan Cervera  Sanchís

De  sumergirse  en la  vida, de  vivirla, es decir: de ser vida misma, paso a paso y ser a ser -en sed de libertad y justicia- la poesía de Huerta, Efraín, El Gran Cocodrilo, como fuera también llamado y reconocido,  tuvo  su origen  en Silao, Guanajuato.

Su voz universal,  su canto siempre fraternal y solidario, tiene su  raíz en lo más humano que hay en el hombre. Pensamos y sentimos que Efraín es, entre los poetas  mexicanos de nuestro tiempo, el más preocupado y comprometido con los  problemas que acucian, día con día, a nuestra especie contradictoria y desconcertante.

La voz de Huerta, estremecedora y diáfana, es en todo momento hermosamente rebelde y solidariamente hermosa. Espíritu de vanguardia se alza contra las injusticias y persigue como enamorado amante la anhelada  libertad:

“Por  ella, por la Libertad, afirma, el sonido y el aroma/ recuperan la vida, /la flor su esbelta gracia y la  nube su frágil elegancia. /  Por la Libertad, todos los días, se derrumba un perfume/ y un hilo de sangre se convierte en el más ancho río de esperanza”.

 La elegancia y  la rotundidad del verbo de El Gran Cocodrilo quedan  manifiestas en su siempre  bella poesía y en la libertad de la palabra –su palabra- vive este Efraín, tan nuestro, y a la vez de todos aquellos –sin importar  fronteras ni geografías- que nunca han dejado de creer en el hombre como un ser no alienado, y que están convencidos, pese a todos los signos contrarios, que, como el poeta  nos dice:

 “Todo  el día, todos los  días  un hombre  inicia/ un  paso hacia la Libertad.”

 La  libertad con mayúscula, como Efraín en todo instante lo testimonia  y  afirma. Cantor de la Libertad,  cantor del Hombre, no está dispuesto  a someterse a  ninguna forma de esclavitud. Con  Huerta  uno cree  en la  vida  y en el destino de la  vida nunca  jamás como sometimiento. La  vida como un acto generoso  de amor.

El término  libertad aparece con harta  frecuencia en sus poemas. Ese  vocablo, empero, se escribe una y otra vez con sangre. Jamás es una  palabra juego, ya que es, sin dudarlo, una declaración gestada  y nacida  en la  esencialidad  del alma y la carne del poeta:

 “Son  las  voces, los  brazos y los pies decisivos, / y los rostros perfectos,  y los ojos de  fuego, y la táctica en vilo de quienes  hoy  te odian,/ para amarte  mañana cuando el alba  sea  alba/ y no  un chorro de insultos, y no ríos de fatigas,/ y  no una puerta  falsa para  huir de rodillas.”

 Rotundo, sí, rotundo es el amor en la  poesía de Efraín Huerta. Nada  de almíbares. Pero eso, ay, eso sí: el amor  siempre está ahí,  aunque de repente  pueda llamarse  odio, porque si Huerta llega  a odiar  algo es en todo  momento por amor. Son pues las paradojas  del corazón humano. Así en su “Declaración de guerra”, que dedica “A la  memoria de Ricardo Flores Magón, muerto  en la cárcel por oponerse a una  guerra  con la Humanidad”.

La dedicatoria en sí  es un poema  y un retrato  del Gran Cocodrilo. Escuchemos:

“¡Heroicos  tripulantes del Potrero del Llano,/ astillas de mi patria,/  hojas  del gigantesco  árbol de mi país;/  del Faja de Oro  audaces, valientes  camaradas,/  oíd este rumor, este millón de gritos, / esta viril  protesta  envuelta en llamaradas!”

 Efraín Huerta  es  nuestro mayor poeta  epilírico. En su voz de incendio  se  matrimonian  virilmente  lo épico y  lo lírico. Es, creemos,  de los poetas  que, el tiempo, al pasar,  irá rejuveneciendo. Tiene el don de la contemporaneidad,  que es en mucho  el de ser joven ayer como hoy.  Puede ser erótico, político, lírico, dulce y agrio. Pero siempre es Huerta. Lo es en Kubán  o en la Avenida Juárez. Su recia  personalidad  es de hecho y en el hecho  inconfundible:

“El mar de espigas era un mar de  manos/ que pedían más aire ansiosamente,/ como unas manos  muertas o  más  vivas que  muertas,/ pero terriblemente  mar de espigas./  El mar de espigas  del Kubán.”

 Comparte  así  la  belleza con los cosacos del  Kubán. Comparte y comparte Efraín, ya que lo suyo ha sido y  es compartir.  En “El Tajín” canta:

 “Entonces ellos –son mi  hijo  y amigo- /  ascienden  la  colina/ como en busca del trueno y del relámpago. / Yo descanso a la orilla  del abismo, /  al  pie  de un mar de  vértigos, ahogado/ en un inmenso río de helechos  doloridos./ Puedo cortar el pensamiento con una espiga,/ la  voz con un sollozo,  o una lágrima...”

 En todas  partes, este Efraín,  tan vivo y tan próximo a todos nosotros, en su poesía, está de par  en   par abierto y entregado y dándose  a  manos llenas.  No sabe, diría yo, hacer  otra cosa. El ser  humano es  su Norte  y su Sur, su Este y su Oeste:

“En  el nombre del Hombre, que es la oración más bella...”

Sí, no hay  oración  más bella que la que protagoniza y  proclama nuestra  humanidad  en mitad de sus  constantes contradicciones. La  poesía de Huerta, de este Efraín en vilo de  horizontes  y auroras, tiene  mucho de resurrección constante y descansa en el amor. Ahí  está su  secreto a  voces. Un secreto que crece en luz de amante encanto:

 “Crece la  hierba, el río, y el ala de la garza/  en la  mano de Dios que se despide”.

  Poeta  elegante, cuando quiere serlo, como pocos, y fustigador encolerizado a veces:

  “¡Bandoleros de siempre, arrasadores/ de  América!/ ¡Pisoteadores de países,/ sangrientos  y sanguinario siempre!”

 La  verdad  desnuda y frontal es la regidora  de esta  honda y alta poesía de  Huerta,  Efraín,  El Gran Cocodrilo, que hiciera su aparición  en este  mundo  el año de 1914 en Silao, Guanajuato, y  lo abandonó en la  ciudad de México  en  1982  donde cantó de esta  manera:

 “... la  Libertad  tiene  la heroica  altura del sueño más
hermoso/ y la  sabia  profundidad de la  más  bella música...”

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