martes, 20 de marzo de 2012

El poeta desdichado

Decidió ser poeta. Fue a la biblioteca por los clásicos, las gramáticas, las retóricas, los manuales del buen gusto... Sistemáticamente acartonado logró memorizar cada minucia. Se empeñó a escribir; cada verso era un “diamante de alabastro”, como gustaba decir, “si un mes o un año me tardo, qué añejado vino, mi verso”. Terminó su libro, se lo llevó a su ex-esposa, que perdió por vocación, y aquella le dijo, con voz de sentida editora: “se te olvidó cómo besar a tu mujer”. Entonces, desdichado, fue con su amigo, y aquel le espetó: “Se te olvidó cómo era caminar sin retórica”.

Desdichado, erró hasta sentarse en una acera. Tronchó su manojo de versos. Pasó un cúmulo de cotidianidades y sacó un papelito arrugado, donde derramó una lágrima.

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