Por Juan Cervera Sanchís
TieRRa HúMEda
Poesía para que florezca el alma
-Esta vida es un fraude, chico – me
dijo textualmente Rejano tras habernos detenido a leer uno de sus
últimos poemas perteneciente a su libro “La Tarde”, en una banca
pública del Jardín del Arte, de la ciudad de México.
Todo sucedió porque, después de leer
el poema, empezamos a hablar de la muerte, y yo, que no me la explico, que no la
quiero, que la veo como algo horrible –no
siempre- y repugnante, hacía y hago
preguntas, a las personas que han vivido mucho más, del tiempo de los griegos, es
decir:
-Oye, tú que has vivido, bastante,
¿qué puedes decirme de la vida y la muerte?
Aquella noche, aún primeriza, le hice
esa pregunta a Juan Rejano y él, casi furioso, me dio la contundente
respuesta con que comenzamos esta breve memoria del poeta de Puente Genil.
-¡Ah, caray! –exclamé hacia dentro
al oírlo, mientras Juan siguió hablando con gravedad senequista, cordobesa, y furia
española a lo Unamuno, del fraude de la vida; de eso de nacer para ir
envejeciendo y, finalmente, morirse uno.
“Tanto bregar para morirse uno”,
que dejó dicho Miguel Hernández. Ni hablar. Ni hablar. Pero…
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Juan Rejano |
Caminamos y caminamos, Juan y yo,
echándole el velo a la cara a las interrogaciones.
La verdad, otra vez, como siempre, en
conversación con amigo viejo y experimentado, terminé, terminamos, por no saber nada
de nada. Pero sí llegamos a una conclusión. Es lo interesante.
Dejamos el Jardín del Arte y
atravesamos la calle de Neva hacia el Paseo de la Reforma, como tantas y tantas veces, después de
salir, la tarde alta de los lunes de la redacción del diario “El Nacional”, rumbo a
su casa en la calle de Mazatlán.
-Saludable caminata, me decía Juan
Rejano. A lo que añadía: Caminar es muy bueno para el organismo. Y yo terminaba, con
la mitad de sus años a la espalda, con la lengua fuera como galgo cazador tras la
persecución de una liebre fantàstica.
Al pasar por Neva rompimos a hablar
de Germán Pardo García, un poeta colombiano, gran poeta y gran solitario, que vivía
en dicha calle.
Llegamos al Paseo de la Reforma. Allí
retomamos la vieja plática. Los ojos de Rejano, grandes, verdes, redondos, con un fondo
de inocencia sabia de olivar andaluz, se agrandaron mientras me decía
con una recobrada fe en la vida:
-…Pero mientras estamos aquí hay que
vivir y hacer el bien. No lo olvides. Y te voy a decir una cosa: La vida es hermosa si
uno lucha. A mi me ha ayudado mi militancia política, que ha sido una forma de
entregarme a los demás.
-¿Y no te ha decepcionado alguna vez
la política?, le preguntamos.
-No, nunca. Las ideas no nos
decepcionan, sí los hombres de vez en cuando. Pero a estos hay que comprenderlos. Uno
comprende. Uno es humano.
Juan Rejano era un hombre que
comprendía a sus más feroces enemigos. Poseía una enorme capacidad de comprensión, que
yo admiraba, especialmente para los jóvenes..
Esa vida, que porque se le tenía que
ir y no estaba en sus manos detenerla para permanecer más tiempo
entre nosotros, le hizo aquella noche revelarse y llamarla fraude,
sin duda porque la quería demasiado y lo que se quiere demasiado
duele mucho perderlo.
Juan Rejano era un enamorado de la
vida, de Andalucía, de España y de México, aunque anhelaba por
sobre todo volver alguna vez a su soñado Puente Genil. No volvió. No pudo volver. La muerte se
atravesó en su camino.
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La tarde. Juan Rejano. Arte y Libros.1976. |
De repente recordamos los atardeceres
que compartimos y me habló de las nubes del cielo de México. Era algo que le
fascinaba:
-En mi libro “La esfinge mestiza”
yo he dicho algo de las nubes del cielo de México, pero creo que no he dicho cuanto hay
que decir de estas nubes. Ahora que esté tranquilo -Juan Rejano se deleitaba pensando en
su regreso a España- allá en España, voy a escribir un libro sobre
el cielo de México.
Esto era algo de lo que me habló Juan
muchas veces con amorosa pasión. Y también me hablaba de:
-Mira, acabo de escribir un poema –esto
me dijo días antes de que fuera operado por primera vez en la clínica del doctor
Soriano, ya en su casa ante una taza de aquél té moruno que él aprendió a hacer
en África del Norte y que a mi me enamoraba el paladar. Y leyó un poema aún no terminado a México donde el poeta entre nubes iba pisando sobre el misterio. Al finalizar
añadió:
-Chico, es que México es algo
increíble. Tú sientes al caminar sobre esta tierra que vas pisando la raíz oculta del
misterio.
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Contrapotada.La tarde. Juan Rejano.1976. |
Para Juan Rejano México era un país
fabuloso, fascinante, poético. Estaba en lo cierto.
-Cuando yo esté en España nunca me
voy a cansar de hablar bien de México. Su corazón de exiliado salía
siempre a flote. Hablamos de muchas cosas.
-Chico, tù llegaste hace unos días.
Cuando nosotros llegamos esta ciudad era el paraíso.
Recuerdo los cafés, las
tertulias…Todos creíamos que era cosa de unos años, y hasta
menos. Vivíamos con la vuelta a la mano. Y mira tú. ¡Cuántos
muertos ya en nuestra memoria!
Juan Rejano se ponía triste. Los
amigos idos…Y me decía:
-Quiero escribir un poema a Benito
Pérez Galdós, él, con su obra, me ha ayudado como Nadie a vivir el exilio. La lectura de
Galdós ha sido vital para mí. Él me traía la luz y la
tierra española a mi cuarto y mis
noches se poblaban de España gracias a Galdós. Ha sido mi gran
alimento espiritual. Galdós…-y entornaba los ojos imaginando el
poema… que no escribió. La
muerte…(Continuará)
LA TARDE
XXXIX
Nos va inundando el pecho un lento río
de ternura y de paz cuando a la tarde
llegamos. Más humana la mirada es entonces
y aún más, aún más humanos, al tenderse, los brazos.
Pero las viejas furias que usurpan nuestra sangre
no mueren: enmascaran las arrugas, y apenas
nos creen adormecidos, la tempestad convocan
y de nuevo con ellas con arrastran. ¿Adónde,
adónde vamos?, claman los enmohecidos huesos.
Mas seguimos, seguimos, como otro tiempo dóciles,
tras la nube de fuego...
Volvemos derrotados,
amargo el corazón, rojas las sienes.
La tarde nos sonríe como a niños inquietos,
otra vez la ternura nos anega, y pensamos,
candor inagotable, que en la rueda del tiempo
aún están aguardándonos las horas más hermosas.
JUAN REJANO, La tarde, Arte y Libros, México D.F.,1976.
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