jueves, 5 de diciembre de 2013

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Hoy salí a ningún lado y llegué a mí.
Me emborraché de angustia hasta perderme
y reí a carcajadas de locura
mientras era una piedra que pateaba el viento.
Porque entonces no sé, ni sabía,
quién es este a quien tú vives
y a quien yo te entrego como mío
en este cuerpo de sal en que me amargo.
Me habito como tú cuando te miro.
En tu mejilla roza una lágrima mía
y no sabes nombrarme cuando me habitas
aunque me sientas como tuyo.
Me ha vestido un nombre
y esta costumbre flaca de vagar a prisa
en la estentórea calle de la nada
en el centro flamígero de la ciudad de México.
No puedo ir más lejos que la palabra mar
para intentar nombrarme entre mis pliegues de olas.
O flama en que me soy cuando te amo.
No puedo a mí llegar y decirte soy
porque te nombraría cuando diga árbol.
Soy y no soy y no me basta serlo.
Estoy agazapado. Si mi cuerpo te toca,
en el tarro espumoso de esa noche,
un rayo me abre mi cuerpo para llegar a ti
y mi cuerpo es alma y mi alma, cuerpo.
Salgo de mí para llegar a ti y contigo, a mí.
Sin embargo, sucede cuando callo.
Siento el fervor de lo indecible. Lloro
y me desnuda el llanto por completo.
Cae la costumbre idiota y me desviste el nombre
una sola lágrima que abre mi silencio.

Abraham Peralta Vélez 28 de noviembre de 2013


Tierra Húmeda
Abraham Peralta Vélez




TieRRa HúMEda Poesía para que florezca el alma

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