domingo, 31 de octubre de 2010

Ojos cósmicos

Dios respira en tus ojos
yertos, cuando te derrumbas
recostado en lo profundo
del universo, abajo,
donde solo contigo eres,
donde ya no me escuchas,
cuando dueles, sin mover
un solo dedo. Y las nubes
solitarias se arremolinan
para ti, en mi presencia
llueve. Llueve –mientras aúllan,
no cantan, los ruiseñores,–
que pareciera que Dios
está regando los campos
con tu alma. ¿Es que quizá
en este otoño rumoroso
ríen ángeles de Mayo?

Es qué no entiendo cómo,
de repente, Dios está
en tus ojos, si los veo
vacíos, como de pescado
yerto, agrio, escamoso,
húmedo, sin voz, sin nada,
a punto de balbucear:
“Denme agua, agua, agua,
que mueren de sed mis ojos ”.
Y ya nadie te entiende,
porque ya el gusano, Dios,
respira en tus ojos yertos.
Cuando eres, y te derrumbas,
y no estás conmigo, llueve,
ríen ángeles de Mayo
y no quiero que te vayas,
meto mi mano en tus dientes
para que muerdas la vida
que derramaste en mis ojos,
pero ya no, no te perturba
la piel que ahora contiene
la desgracia de tus días.

Porque en tus ojos negros
Dios respira como la muerte
el mar, que no cesa ante mis ojos.
Porque la muerte se queda
en la vida, que no muere,
en la vida de los ojos
que ven la tierra ya infértil,
ya sin más ave, que la grieta.

¿Muerto en mí, muerto mío,
en dónde, si es que estás,
y no sólo estás en mí,
en dónde, si es que aún eres,
acaba en definitiva y sin más
la hiel de los naranjos?

Sólo en el beso de Dios
como la muerte viva
de tus ojos, sólo sin mí,
descubriré los mares.
Y con el mar volveré a tu voz
de pequeño Dios padre,
que me hizo ser, un oleaje
en el universo infinito.

Abraham Peralta Vélez 27 de octubre 2010

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