Hablo de este andaluz que llevo dentro,
de su tristeza inmensa, como el mar,
de su mirada honda, como un pozo,
de su piel milenaria y trasudada.
Hablo de este andaluz, tan andaluz
como el cante y el vino y la guitarra;
como las fatiguitas de la muerte
y el renacer perpetuo del deseo.
Hablo de este andaluz que huye y huye
en su jaca cegada de pasiones
por los largos caminos de la ausencia
con su viva casaca de alamares.
Andaluz de crepúsculos y auroras;
de medias tardes rojas y horas lentas.
Andaluz sin su reino, como todos
los andaluces, solo y destronado.
Andaluz para el llanto y para el beso.
Arca de mil memorias, donde el polvo
se rebela gritándole al olvido.
Viejo carro parado en puerta falsa
de casa abandonada. Vagabundo
gimiendo bajo el puente de la vida,
muerto de soledad y acariciando
leves y fugitivos paraísos.
Andaluz, andaluz siempre sediento
de amor y de alegría, aunque fingiendo
ante el mundo ser dueño de ambas glorias.
Andaluz por millones de muertos y de vivos.
Andaluz por millones de muertos y de vivos.
Hablo de este andaluz, de esta locura
que lleva en la ilusión de sus zapatos
barro de los planetas más remotos
y galaxias encinta en su sombrero.
JUAN CERVERA SANCHIS
México D. F., 14 febrero 2011
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